Diario de una Esposa Traicionada por Rocio H. Gómez -
Capítulo 402
Capítulo 402
Cuando estaba a punto de tocar la ventana del auto, un guardaespaldas rápidamente bloqueó mi movimiento diciendo:
“Buenas, señora. Este es un vehículo privado.”
“Lo sé. Contesté.
Señalé hacia el interior del auto asegurando: “Lo conozco.”
El copiloto bajó la ventana y otro guardaespaldas habló: “Lo siento, nuestro jefe no la conoce.”
Le repliqué: “…No me conoce?”
“Así es, me temo que se ha confundido.” Al terminar de hablar, el conductor, siguiendo órdenes, pisó el acelerador y el negro Continental se fue alejando lentamente.
Los otros vehículos pronto le siguieron. Me quedé parada ahí, aturdida por un buen rato. Camilo se negaba a reconocerme… ¿O acaso él no era Camilo?
Suprimi las dudas que brotaban en mi corazón y volví a la habitación del hospital de mi abuela para preguntarle a la enfermera:
“¿Ese señor Galindo que acaba de venir, era su primera visita?”
La enfermera respondió: “Creo ha venido antes, pero yo no estaba de turno. Lo vi bastante familiarizado con las instalaciones del hospital cuando llegó.”
Pregunté: “¿Cómo lo llamaba mi abuela?”
“La matriarca simplemente no soltaba su mano, y cuando sus hombres me mantenían afuera, justo antes de irme, escuché algo como… ¿qué era? ¿qué suelta?” recordaba la enfermera.
Era él. ¡El seguía vivo! ¡No había muerto! Y estaba allí, en Villa del Mar.
De repente, solté un profundo suspiro de alivio, sintiendo un relajamiento que hacía tiempo no experimentaba, mi tono se volvió un poco emocionado: “Bien, igracias!”
“Señorita Coral, ¿ustedes son amigos, verdad?” Preguntó la enfermera.
Con una sonrisa ligera, asenti con la cabeza: “Sí, él es un amigo muy importante para mí.”
El psicólogo me dijo que esa profundidad de depresión solo podía ser el resultado de lo que había acumulado en el día a día. Pero la muerte de Camilo fue la última gota que colmo mi vaso. Durante esos dos años en Francia, a menudo me preguntaba, si durante aquel tiempo de ruptura con Isaac, Camilo no hubiera estado ahí para detener esos golpes una y otra vez. ¿Habría sido capaz de resistir? Probablemente, la respuesta sería no.
Esperé a que mi abuela despertara y pasé un rato hablando con ella. Ella me reconocía, pero su memoria estaba confundida, siempre quería darme dinero. Me negaba y se molestaba, una visita al sanatorio y mi cuenta bancaria aumentaba por millones de pesos.
Me agaché junto a mi abuela, riendo: “Abuela, ¿para qué me das tanto dinero? Ni siquiera sabes si estoy aquí para visitarte o si tú estás cuidando de mí…”
“Tonta, ¿qué dices? No es para tanto.” Aseguraba ella.
Mi abuela, con el cabello mucho más blanco, extendió su mano cariñosamente sobre mi cabeza, sonriendo: “¿Qué es esto para ti? Cuando crezcas, toda la familia Monroy será tuya.”
Me sorprendió un poco, apoyando mi cabeza en sus piernas, le dije: “Pero, preferiría que estuvieras sana y salva.”
Quería tener una familia que realmente me quisiera y cuidara.
No fue hasta que mi abuela volvió a descansar que me levanté para irme. Justo al salir, me encontré con Luis, quien también había venido a visitar a la abuela. Sabía que ese hombre era mi padre. Pero no podía sentirme cercana a él.
Al verme, frunció el ceño: “¿No estabas bien siendo la señora Montes en estos dos años? ¿Qué te trae de repente a Villa del Mar?”
Como si viniera a disputar la herencia. Pero, de hecho, eso era lo que estaba haciendo. La familia Monroy me pertenecía, hasta el último centavo, y no podía caer en manos de Abril.
Lo miré fijamente y en vez de responder, le pregunté: “¿Puedo hacerte una pregunta?”
“¿Cuál?” Me dijo.
“Lorena no es mi madre biológica, ¿entonces quién es?” Le pregunté tomándolo por sorpresa.
Luis titubeó un momento, defendiéndose vehemente: “¿Qué estás insinuando con todo esto? ¿Quieres volver a armar un escándalo en la casa?”
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