Capítulo 415

Lo siento, Violeta, hace cuatro años me equivoqué al llevarte al pequeño Nono. ¡Fue un error!”

Sebastián se mantuvo firme, pronunciando cada palabra con un tono de arrepentimiento.

Él siempre había estado en lo alto, acostumbrado a los halagos y las adulaciones. Incluso cuando cometía errores, sólo él reprendía a los demás, nadie se atrevía siquiera a susurrar una queja. Esa podría haber sido la primera vez que se disculpaba con alguien, y lo hacía de una manera tan humilde.

Violeta se sobresaltó ligeramente, retrocediendo medio paso sin querer.

Después de disculparse, Sebastián se enderezó, la miró fijamente y dijo, “¿Está bien así? Ahora, te lo pido, ¿puedes alejarte de mi hijo?”

“¡Lárgate de aqui!”

La última frase de Sebastián salió casi como un rugido.

Muchas personas que iban y venían por el pasillo les lanzaban miradas curiosas.

El rostro de Violeta se puso pálido, mordiéndose el labio mientras miraba a Sebastián, que la observaba como

si fuera un enemigo. Luego, giró la cabeza para ver a través del cristal de la puerta a Rafael, que yacía dormido en la cama del hospital. Bajó la cabeza, pensativa por unos segundos, antes de darse la vuelta y caminar rápidamente hacia el ascensor.

Sebastián se sintió satisfecho al verla entrar al ascensor y resopló con fuerza, todavía sin poder calmar su enfado.

Rafael no esperaba dormir tanto tiempo, el sol ya se estaba poniendo. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a Catalina, su tía, comiendo una manzana a su lado, mordiéndola con un crujido sonoro.

Al escuchar sonidos de movimiento, Catalina lo miró rápidamente.

“¡Rafael, despertaste!”

Rafael sonrió ligeramente, no se sorprendió y dijo, “Tía, viniste.”

“Sí vine nada más enterarme, cuando recibí la noticia, estaba de viaje por negocios. Casi me muero del susto al venir corriendo,” Catalina tiró el corazón de la manzana a la basura y continuó, “Tienes que cuidarte más, ¿qué haríamos si algo grave te sucediera? Ya sabes que las hijas se casan y se van, yo estoy contando contigo para que me cuides en mi vejez.”

“Si mi prima escuchara eso, se enfadaría mucho,” comentó Rafael con calma.

Catalina, molesta, le dio un pellizco en la mano herida y sólo después de escuchar su agudo suspiro de dolor, pareció satisfecha. Luego, frunció el ceño y añadió, “No solo vine yo, tu papá también estuvo aquí al mediodía.” Rafael también notó algo extraño y miró alrededor de la habitación, pero no vio la figura familiar.

“¿Y Vivi?”, preguntó con voz grave.

Catalina extendió las manos con resignación, “¡Tu papá la echó!”

El atardecer cubría la mansión con su luz dorada.

En la cocina, Lucía llevaba un delantal puesto y estaba sentada en un banquito frente a la estufa. Hojeaba el periódico mientras vigilaba de reojo el caldo de pollo que se cocinaba a fuego lento en la olla.

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Al escuchar ruidos en la entrada, dejó el periódico y se apresuró a salir.

Al ver a la persona que entraba, Lucía se sorprendió.

Rafael estaba vestido con una bata y zapatillas de hospital, parecía estar seriamente herido, con vendajes en la frente y en la mano, caminando con dificultad.

Caputo 415

En el dorso de su mano derecha había una marca de una aguja recién retirada, hinchada y amoratada.

La noche anterior, ni el señor ni Violeta habian regresado. Fue Violeta quien llamó, pidiendo a Lucía que acostara al pequeño Nono, pero no explicó la situación, así que Lucía pensó que los jóvenes se habían ido a pasar un rato solos otra vez.

Además, cuando el pequeño Nono se enteró, no insistió como la última vez, e incluso preguntó si permitir que sus padres durmieran fuera ayudaría a que tuviera una hermanita pronto. Lucía, que ya tenía cierta edad, se sonrojó con la pregunta, pensando en lo diferentes que son los jóvenes de ese momento.

Sin embargo, no esperaba que el señor volviera con una bata de hospital y lleno de heridas. ¡No sabía qué había pasado!

Lucía se acercó rápidamente y dijo, “¡Señor!”

Rafael, apoyándose en la pared mientras avanzaba hacia el interior, preguntó directamente, “Lucía, ¿Vivi ha vuelto?”

“Papá!” El pequeño Nono corrió hacia afuera sosteniendo un modelito de carro, y al ver la vestimenta de Rafael, se llevó un susto de muerte. Sus ojos como dos uvas negras se abrieron enormes mientras giraba alrededor preguntando, “Papá, ¿qué te pasó?”

“No es nada.” Rafael tranquilizó a su hijo y luego continuó preguntando, “Lucía, ¿dónde está Vivi?”

Antes de que Lucia pudiera responder, El pequeño Nono ya había tomado la delantera, “Vivi está en su habitación, me dijo que jugara aquí en la sala mientras ella estaba ordenando unas cosas.”

Al oír las últimas palabras, la expresión de Rafael cambió súbitamente..

Sin preocuparse si su cuerpo aguantaría, soltó la pared a la que se apoyaba, se sujetó las costillas y subió las escaleras a grandes pasos.

Se dirigió directamente a la recámara y encontró que la puerta estaba entreabierta. Rafael extendió su mano y la empujó suavemente. Adentro, Violeta estaba agachada y de espaldas a él, con la cabeza agachada y su cabello largo ocultando su rostro, era imposible descifrar sus expresiones. Frente a ella, había una maleta.

Su pecho se apretó de repente.

Esa sensación de temor a perderla se esparció por todo su cuerpo, hasta el punto de que sus emociones se salieron de control y, con grandes zancadas, Rafael alcanzó a Violeta desde atrás, tomó su brazo, la levantó del suelo y dijo, “¡Violeta, qué estás haciendo!”

Violeta parecía sorprendida y lo miró con cierta confusión.

La nuez de Rafael subía y bajaba frenéticamente, y su pecho hacia lo propio. Sus ojos oscuros estaban llenos de sombras mientras decia. “¿Qué te dijo mi papá para que te retractaras?, ¿Vas a dejarme y marcharte otra vez? ¿Cuánto tiempo será esta vez, cuatro años o diez?”

“¿…Rafael?”

Parecía que Violeta apenas estaba asimilando la situación, señaló hacia él y frunció el ceño, “¿Por qué volviste, no deberías estar en el hospital? ¡Estás loco, tienes tres costillas fracturadas, necesitas estar en cama descansando!”

¡Te estoy preguntando! ¿Ya no me quieres, no quieres a nuestro hijo?” Rafael la miraba fijamente, escudriñando cada centímetro de su rostro con urgencia.

“¿Cuándo dije yo eso…?” Violeta estaba desconcertada ante su repentina ira.

“No necesitas decirlo!” Rafael miró la maleta, increpándola.

‘No he… yo realmente no… Violeta parecía completamente confundida, negando con la cabeza, “¡De verdad que no!”

Levantando la vista, finalmente pudo ver la sombra que cubría su mirada, y la furia que se acumulaba en sus

rasgos.

Al darse cuenta de lo que él temía, Violeta no pudo evitar soltar una risita.

¡Dios mío, en qué estaría pensando!

Se soltó de su agarre y luego, bajo su mirada feroz, tomó su mano nuevamente, entrelazando sus dedos con

los de él.

Se acercó aún más a él y se acurruco, como un niño levantando la cara, y con una voz suave y tierna le

confesó sus sentimientos, “Rafael, nunca más me alejaré de ti. Siempre estaré a tu lado, como el río que fluye lento y constante.”

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