EI Centímetro
EI Centímetro 208

Capítulo 208

Esencio era asfixiante. Estaba pensando en si buscar un tema para terminar la llamada cuando la voz de ella resonó, temblorosa y baja:

“Todo esto es culpa de esa mujer, por eso mismo no la voy a aceptar.”

Sandra dijo eso entre dientes, con fiereza, era la primera vez que la escuchaba así. Por un momento, sentí un escalofrío en la espalda y me quedé sin palabras.

“Cami. Me llamó Sandra: “Cuando tengas tiempo, ven a ver más a Ricardo, tú eres la única que puede darle algo de consuelo.” Sus palabras me presionaron mucho, pero igual prometí hacerlo.

Después de colgar, me quedé sin fuerzas, apoyada en el asiento del auto, sintiéndome aplastada por algo, incapaz de moverme y de respirar.

Al llegar a casa, me acurruqué en el sofá, reflexionando en silencio sobre. todo eso. Todo apuntaba hacia Mauricio, pero él también tenía conexiones y negocios con Ricardo, especialmente el aspecto más sospechoso era el sanatorio de Mauricio, que estaba bajo extra seguridad. Si no había nada que ocultar, ¿por qué tanto secreto? No encontraba explicación, cuanto más lo pensaba, menos quería hacerlo, pero no podía evitarlo, hasta me dolía la cabeza. Tomé una almohada y envolví mi cabeza con ella, sofocándome. Era mi forma de autocastigo cuando me sentía abrumada y confundida. Justo cuando me estaba asfixiando, escuché que alguien tocaba a la puerta. Al principio pensé que era una alucinación, hasta que escuché a alguien llamando mi nombre. Entonces quité la almohada y me levanté hacia la puerta.

Aunque era de día, todavía podía haber peligro, así que con cautela pregunté: “¿Quién es?

“Soy yo, Jorge!” Contestó.

Esa respuesta me dejó paralizada, ¿por qué había vuelto Jorge? ¿Otra vez había pasado algo? Al abrir la puerta vi a Jorge con una camiseta negra y pantalones de trabajo, tan perfecto y atractivo como siempre.

“¿Qué te trae por aquí?” Pregunté algo atónita.

Al segundo alguiente, senti su mano erimi frente, cálida y firme, dándome una sensación de peguridad indescriptible.

“No pasa nada, no has vuelto a tener fiebre.” Dijo Jorge mientras levantaba la bolsa que llevaba. Dentro había verduras, frescas a juzgar por las hojas.

“¿Qué te parece si hago sopa para el mediodía y carne con apio para comer?” Jorge me preguntó como un esposo atento.

Movi mis labios: “No hace falta, es mucho lío, yo podría pedir algo…”

No había terminado de hablar cuando Jorge me interrumpió: “Ahora no puedes comer nada grasoso.”

Ni siquiera sé cómo dejé que Jorge entrara, cuando me di cuenta, ya estaba en la cocina preparando todo.

Siguiendo el dicho “quien come de otro, corto se queda“, ya estaba más que en deuda con Jorge.

Así que dejé de hacerme la difícil, tomé un vaso de agua y me acerqué a la cocina, apoyándome en el marco de la puerta para mirar a Jorge, que estaba atareado y llevaba puesto un delantal. “¿Cómo es que tienes tiempo de venir hoy? ¿Ya terminaste con lo del parque de diversiones?” Le pregunté. “Ya casi.” Respondió él, cortando las verduras con destreza, sin necesidad de ver cómo quedaban, el sonido de la cuchilla contra la tabla ya decía mucho de su habilidad.

“Avisame cuando esté todo listo.” Le recordé.

Jorge solo asintió.

Tomé un sorbo de agua, observándolo de pies a cabeza, no podía negar que tenía un atractivo especial, ese tipo de cuerpo que te hace tener

pensamientos impuros. Para detener esos pensamientos, fijé mi vista en el lunar detrás de su cuello mientras le decía:

“Jorge, hoy no hemos hablado por teléfono, ¿verdad?”

“No.” Contestó.

Frunci el ceño y le interrogué: “Entonces, ¿cómo sabías que estaba en

casa?”

Yo acababa de darme cuenta de ello, yo no le había dicho que estaba en casa, y tampoco se lo había dicho a Mirella, pero él había llegado y tocado a la puerta, incluso traía verduras, obviament

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