La Traición Silvia G. Rivero novela completa -
Capítulo 2
Capítulo 2
Ella se mordía el labio con fuerza, sus dedos apretaban el móvil, y con todas sus fuerzas soltó: “¡Enzo, eres un cretino!”
Ainhoa estaba sudando frío del dolor. Quería hacer una llamada de emergencia, pero sus dedos estaban demasiado débiles. Finalmente, todo se volvió oscuro y se desmayó. Cuando despertó de nuevo, ya estaba acostada en una cama de hospital. A su lado estaba sentada su mejor amiga, Leonor López. Al verla despertar, Leonor se levantó de inmediato y la miró con preocupación mientras le preguntaba: “Ainhoa, ¿cómo estás? ¿Todavía te duele?”
Ainhoa la miró atónita y le respondió con una pregunta: “¿Qué me pasó?”
Leonor vaciló un momento antes de decir: “Estabas embarazada. Los médicos dijeron que ya tenías la pared del útero muy fina, y con las brusquedades de ese perro de Enzo, terminaste con una hemorragia por el aborto espontáneo.”
Ainhoa abrió los ojos, incrédula. Todo lo que podía pensar era ‘estaba embarazada, pero perdí al niño‘. Ese era el hijo de ella y Enzo. Aunque no sabía a dónde llegaría con Enzo, ese habría sido su primer hijo. Involuntariamente, Ainhoa apretó sus dedos y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Leonor, al ver su dolor, no pudo evitar abrazarla y consolarla suavemente mientras le decía: “Acabas de salir de la cirugía, no puedes llorar, escúchame, cuando te recuperes, te presentaré a un montón de chavales guapos para que le den su merecido a ese canalla“.
“Ese desgraciado de Enzo, casi te cuesta la vida y encima te pone los cuernos delante de tus narices, ¡qué mierda de persona!”
El corazón de Ainhoa dolía más que si mil flechas lo atravesaran. Con las manos frías, se abrazó a Leonor, siendo incapaz de hablar por el nudo en su garganta. Pensando en el niño que apenas había llegado al mundo y en el hombre que había amado durante siete años, no podía calmarse.
Después de un rato, Ainhoa finalmente habló: “Lo viste“.
Leonor asintió: “Está en el cuarto piso con Irene. Cuando estabas en cirugía, intenté llamarlo con tu móvil para que viniera a firmar, pero ese canalla ni siquiera cogió el teléfono“.
Ainhoa cerró los ojos con dolor, pero aun así le dijo: “Déjame verlo“. “Acabas de ser operada, no debes alterarte“. Le recomendó su amiga. “Hay cosas que necesito ver con mis propios ojos para poder decidir“.
Leonor no pudo disuadirla y la llevó al cuarto piso. Ainhoa se quedó fuera de la puerta, viendo a Enzo hablar dulcemente para que Irene tomara su medicina. Esa mirada tiema y esa voz encantadora, hacía que Ainhoa le doliera en lo más profundo de su corazón. Pero cuando Ainhoa vio claramente la cara de Irene, que se parecía un poco a la suya, pareció entenderlo todo al instante. Ainhoa sonrió con tristeza. Se volvió hacia Leonor y dijo: “Llévame de vuelta‘.
La próxima vez que Ainhoa vio a Enzo fue dos días después. Estaba acostada en la cama mirando a ese hombre que había amado profundamente. Cuando finalmente llegó el momento de decidir, su corazón todavía dolla terriblemente.
Enzo, al ver que su rostro estaba pálido, preguntó con voz grave: “¿Todavía te duele después de dos días?”
Pensaba que era su período, aunque siempre se le pasaba en un dia. Ainhoa, con los ojos calientes, reprimía sus emociones internas. Sin decir una palabra. Enzo se sentó al lado de la cama, con un semblante distante y atractivo. Tocó su frente con la palma de su mano, que se sentía cálida, y su voz se volvió un poco más ronca para luego decirle: “El bolso que te gustaba la última vez, conseguí que alguien lo comprara. Está en el sofá afuera, levántate y míralo“.
Ainhoa miraba a Enzo con una expresión impasible y luego lo despreció diciendo: “Ya no me gusta“.
“¿Qué tal si te cambio el auto, quieres un Ferrari o un Porsche?”
Al ver que Ainhoa no respondía, Enzo frunció ligeramente el ceño.
“Entonces, ¿qué quieres?” Dijo él quedándose impaciente. Probablemente en su mente, no había nada que el dinero no pudiera resolver. Ainhoa apretaba fuertemente su pijama con las manos. Sus claros y brillantes ojos miraban fijamente a Enzo, mientras sus labios pálidos se abrían ligeramente.
“¡Quiero casarme contigo!”
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