Capítulo 23

Ainhoa, ¿solo porque me enfadé y no te hice caso, has abortado nuestro hijo? ¿Cómo es posible que no supiera que eras tan despladada!” Gritó Enzo muy molesto..

Ainhoa lo miró con los ojos rojos de furia diciéndole: “¡Ya te dije que no fui yo! La que mató al niño no fui yo, ¡fuiste tú!

“El hecho ya está frente a nuestros ojos, ¡y aún intentas justificarte!” Replicó Enzo.

“¿Y si te digo que alguien manipuló el historial médico, me creerías?” Insistía Ainhoa.

Enzo soltó una risa fria de repente y luego le dijo: “Este hospital pertenece a la familia Castro, una vez que se ingresa un expediente en la base de datos, queda bloqueado. Ni siquiera yo podría cambiarlo. ¡Si quieres mentir, al menos deberías preparar tu historial con antelación!”

Soltó su agarre, mirando la marca roja en el blanco cuello de Ainhoa, sintiendo un dolor punzante en su pecho. Ainhoa, pálida, miraba fijamente a Enzo. Ese era el hombre al que había amado durante siete años y cuidado durante tres; no importaba cuánto tiempo, él nunca creería en sus palabras. Ainhoa sonrió de manera desolada, el rencor en sus ojos se volvía cada vez más intenso.

“Enzo, ¿no deberías estar agradecido? Agradecido de que no usé al niño para obligarte a casarte conmigo.” Reclamó Ainhoa.

“¡Ni lo sueñes! Incluso si realmente hubiera un niño, ¡no me casaría contigo!” Contestó él.

Ainhoa forzó una sonrisa; debería estar agradecida de que el niño ya no estuviera, de lo contrario, incluso si hubiera nacido, habría llevado la marca de ser un bastardo durante

toda su vida.

Ella lo miró decidida y aseguró: “No quiero tener nada que ver con la familia Castro, no quiero que mi hijo tenga un padre como tú, por eso lo aborté, ¿estás satisfecho ahora?”

Enzo nunca había estado tan enfurecido, sentía que cada célula de su cuerpo gritaba de rabia. Levantó su puño y lo estrelló con fuerza contra la pared. Al instante, la sangre se deslizó por la pared blanca. La mirada feroz que le lanzó a Ainhoa era como la de un demonio salido del infierno.

“Ainhoa, ¡estás en deuda conmigo por esto!” Gritó.

Dicho eso, dio una patada a la puerta y salió con paso firme.

Irene lo seguía corriendo, llamándolo nerviosa: “Enzo, estás herido, déjame vendarte.”

No importaba cuánto le gritara Irene, Enzo no se detuvo. Subió al auto y arrancó con el acelerador a fondo. Lo único que tenía en la cabeza era que Ainhoa había abortado a su hijo. ¿Cuánto odiaría ella a este hombre para ser tan cruel y no perdonar ni siquiera a un niño? Estaba tan furioso que sus manos apretaban con fuerza el volante. El pie

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presionaba el acelerador al máximo.

Pol miró la mancha de sangre en la pared y luego a Ainhoa, pálida, y no pudo eviter sacudir la cabeza.

Ni las telenovelas tienen una pasión tormentosa como la de ustedes, ¿no pueden hablar. las cosas calmadamente en lugar de llegar a estos extremos?” Comentó Pol.

Recogió el informe del suelo y le echó un vistazo, luego dijo: “Enzo tiene razón, nadie puede alterar los registros en la base de datos. Ainhoa, ¿qué está pasando? Puedes contármelo, yo puedo ayudarte a investigar.

Las lágrimas que Ainhoa retenía en sus ojos finalmente se deslizaron por sus mejillas. Se limpió rápidamente y dijo desanimada: “Ya no es necesario.”

Quería mantener un poco de dignidad. Un hombre que nunca la tuvo en cuenta, incluso si encontrara pruebas de su inocencia, ¿qué cambiaría? El niño no volvería. Y Enzo no tendría ni un ápice de simpatía por ella. Ainhoa se levantó de la silla con pasos pesados y se dirigió hacia la salida. Pero justo cuando llegó a la puerta, su teléfono en el bolsillo comenzó a sonar. Al ver que era Iker quien llamaba, inmediatamente contestó: “Compañero, ¿qué pasa?

La voz apresurada de Iker sonó: “Ainhoa, vuelve rápido, Martin se ha desmayado.”

Ainhoa todavía no se había recuperado del shock que Enzo le había causado, y en aquel momento se asustaba con la noticia de que su padre estaba gravemente enfermo. De repente, sintió un mareo y tropezó unos pasos hacia atrás.

Al verla así, Pol preguntó de inmediato: “¿Qué pasa, tu padre está mal?”

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