Capítulo 3

Al mencionar a ese bastardo, el desprecio en los ojos de Horacio se intensificó, deseaba que Amelia se

muriera.

En aquellos días, Amella había pasado una noche en un hotel con otro hombre y arruinó la reputación de la familia Gallego. Incluso quedó embarazada y antes de entrar a prisión, dio a luz a ese bastardo.-

Amelia miró desesperadamente a Horacio, era como si nunca lo hubiera conocido. “El niño, el niño es inocente“.

“¿Inocente? Cuando Carolina fue cambiada a tu casa para vivir una vida inferior, también era inocente“, gritó Lourdes con su voz aguda y le propinó dos bofetadas a Amelia.

Si no fuera porque Ezequiel la detuvo, probablemente habría seguido golpeándola hasta sentirse satisfecha.

Amelia sentía zumbido en los oidos y la mirada baja, dejó que la golpeara.

La gratitud de veintiún años de crianza era una deuda que debía pagar.

Luego de respirar hondo, a Amelia se le humedecieron los ojos, levantó la vista hacia Horacio y dijo con una voz débil pero firme. “Donaré…“.

Con tal de que no tocaran a su hijo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.

“Eres realmente despreciable“, dijo Horacio mientras observaba la miserable y humilde figura de Amelia. A pesar de que sintió un apretón en el corazón, no cedió. “Llévensela para una examinación, que el médico la vea y que firme“.

“No me toquen…“. La voz de Amelia temblaba, pero ya no tenía la cobardía y súplicas de antes. Se puso de pie lentamente por sí misma, estaba desaliñada, pero su mirada firme se enfocó en Ezequiel. “Usted conoce mi situación… Si dono un riñón, saldaré mi deuda con ustedes, y a partir de ahora, por favor, consideren el asunto cerrado y déjenme en paz“.

Ella tenía una enfermedad cardíaca congénita, siempre había sido frágil y casi perdió la vida al dar a luz hace cinco años. Ahora, sabiendo su condición, la familia Suárez le estaba pidiendo que donara un riñón, en realidad, lo que querían era su vida.

Ezequiel frunció el ceño y una sombra de compasión cruzó por sus ojos.

Después de todo, la había criado durante veintiún años.

Amelia siempre había sido obediente y sensata en la familia Suárez.

“¡Aunque mueras, seguirás pagando por tus pecados!“. Pero Lourdes no estaba dispuesta a perdonarla.

“Basta“, suspiró Ezequiel. “Si estás de acuerdo en donar un riñón, esos cinco años en prisión ya han sido castigo suficiente. De ahora en adelante, vive bien, la familia Suárez no te molestará más“.

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Amelia sonrió débilmente con las manos caídas.

Vivir bien…

En su estado de ese momento, temía no poder salir siquiera del quirófano.

“Donar un riñón, ¿eso compensará tus errores? ¡Carolina perdió veintiún años de su vida por tu culpa!“. Aun así, parecía que Horacio todavía no estaba satisfecho, era como si quisiera reducirla a cenizas.

Todas las personas que alguna vez la habían amado ahora pertenecían a Carolina, ¿eso no era

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suficiente? ¿Qué más tenía que hacer para explar sus pecados? ¿En qué más se había equivocado?

“Horacio…“. Amelia habló con debilidad y de repente sonrió. “Si realmente me odias tanto, después de mi muerte, puedes esparcir mis cenizas.

Amelia estaba pálida y desaliñada. “No toquen a mi hijo“.

Los ojos de Horacio se oscurecieron con malicia, incluso en ese momento, seguía protegiendo a ese bastardo.

“¿Crees que no nos atreveremos?. Valentino respondió por Horacio y miró a Amelia con sarcasmo. “Eres venenosa hasta la médula, heredaste la bajeza de tu madre. ¡Ese bastardo merece morir aún más, es una vergüenza absoluta!“.

Amelia no respondió y se desvaneció, cayó al suelo antes de salir de la habitación y perdió el conocimiento.

“¡Amelia!“.

Antes de perder la conciencia, Amelia creyó escuchar a alguien llamándola por su nombre.

¿Era Horacio? Qué irónico…

“No te preocupes por ella. ¡Sólo sabe actuar! Me pregunto cómo después de cinco años en prisión no ha aprendido nada“, dijo Valentino enojado, entró al baño para llenar una palangana de agua fría, tenía la intención de despertar a Amelia.

Amelia intentó abrir los ojos, pero ya no tenía fuerzas.

Ella sabía perfectamente por qué Valentino estaba tan alterado, temía que Horacio se enterara de que ella tenía una enfermedad cardíaca congénita y que si donaba un riñón, no sobreviviría.

“Valentino…”. Justo cuando Valentino estaba a punto de arrojar el agua, Horacio sujetó su muñeca.

“Ya… basta“.

“¿Te duele el corazón, Horacio?“. Valentino lo miró con sarcasmo. “No olvides quién eres, ahora eres el prometido de Carolina, ¡mi hermana tuvo ese accidente por tu culpa!“.

Horacio se quedó inmóvil por un momento, luego lentamente soltó la muñeca de Valentino.

Al final, el agua fría se derramó toda sobre el rostro de Amelia.

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