Miró hacia todos lados. ¿Qué le habría sucedido a Fleur? El grito parecía proceder de delante. Tomó aire y se internó corriendo en la niebla encantada. El mundo se puso boca abajo. Lily estaba colgada del suelo, su pelo aún sujetado por las mágicas horquillas de oro blanco regalo de Draco. Comprobó, aterrorizada, su situación: era como si tuviera los pies pegados con cola al césped, que se había convertido en techo, y bajó ella se extendía el infinito cielo oscuro y estrellado.

Se puso a pensar, pero realmente ningún encantamiento que supiera le servía para esto. Tenía dos opciones: intentar moverse o lanzar chispas para ser rescatada y descalificada. Cerro los ojos y levantó el pie derecho, separándolo del techo de césped. De inmediato, el mundo volvió a colocarse. Lily cayó de rodillas al suelo.

La impresión la dejó momentáneamente sin fuerzas. Volvió a tomar aliento, se levantó y corrió; volvió la vista mientras se alejaba de la niebla dorada, que centelleaba con inocencia. Se detuvo en un cruce y miró buscando algún rastro de Fleur. ¿Estaría bien? No había rastro de chispas rojas, ¿Quería decir eso que había logrado salir del peligro, o que se hallaba en un apuro tan grande que ni siquiera podía utilizar la varita?

Lily tomó el camino de la derecha con una sensación de creciente angustia, algo en todo esto le daba muy mala espina. Tenía un muy mal presentimiento.

Y desgraciadamente nunca había fallado en sus presentimientos.

Pasaron otros diez minutos sin más encuentro que el de las calles sin salida. Dos veces torció por la misma calle equivocada. Finalmente dio con una ruta distinta y comenzó a avanzar por ella, ya no tan aprisa. La varita se balanceaba en su mano haciendo oscilar su sombra en los setos. Luego dobló otra esquina, y se encontró ante un escreguto de cola explosiva. Cedric tenía razón: era enorme. De unos tres metros de largo, era lo más parecido a un escorpión gigante: tenía el aguijón curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón brillaba a la luz de la varita de Lily, con la que le apuntaba.

—¡Impedimenta!

El embrujo dio en el caparazón y rebotó. Lily retrocedió algunos pasos tambaleándose antes de caer.

—¡IMPEDIMENTA!

El escreguto se hallaba a unos centímetros de ella en el momento en que quedó paralizado: había conseguido darle en la parte de abajo, que era carnosa y sin caparazón.

Jadeando, Lily se apartó de él y corrió con todas sus fuerzas en la dirección opuesta: el embrujo obstaculizador no era permanente y no tardaría en recuperarse. Tomó un camino a la izquierda y resulto ser un callejón sin salida; otro a la derecha y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y utilizar el encantamiento brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al noroeste. Llevaba unos minutos caminando a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó algo en la calle que iba paralela a la suya que la hizo detenerse en seco.

—¿Qué vas a hacer?—gritaba la voz de Cedric— ¿Qué demonios pretendes hacer?

Y a continuación se oyó la voz de Krum:

—¡Crucio!

El aire se llenó de repente con los gritos de Cedric. Horrorizada, Lily echó a correr, tratando de encontrar a Cedric. Sin ver algún acceso, utilizo la maldición reductora, que no resulto tan efectiva pero consiguió hacer un pequeño agujero en el seto, a través del cual metió la pierna y pataleó contra ramas y zarzas hasta conseguir abrir un boquete.

Se metió por él, rasgándose la túnica, y al mirar a la derecha, vio a Cedric, que se retorcía y sacudía en el suelo, y a Krum de pie a su lado. Lily salió del agujero y se levantó, apuntando a Krum con la varita justo cuando este miraba hacia ella. Entonces Krum se volvió y echó a correr.

—¡Desmaius!—grito Lily.

El encantamiento pegó a Krum en la espalda. Se detuvo en seco, cayó de bruces y se quedó inmóvil, boca abajo, tendido en la hierba. Lily corrió hacia Cedric, que había dejado de retorcerse y jadeaba con las manos en la cara.

—¿Estas bien?—preguntó, tomándolo del brazo.

—Sí.—dijo Cedric sin aliento.— Sí...no podía creerlo...Venía hacia mí por detrás...Lo oí, me volví y me apuntó con la varita.

Se levanto. Seguía temblando. Ambos miraron a Krum.

—Me cuesta creerlo...Creía que era un tipo legal.—dijo Lily, mirando a Krum.

—Yo también lo creía.—repuso Cedric.

—¿Oíste antes el grito de Fleur?

—Sí, ¿Crees que Krum la alcanzó también a ella?

—No lo descarto.

—¿Lo dejamos aquí?

—No. Creo que deberíamos lanzar chispas rojas. Alguien vendrá a recogerlo...Si no, lo más fácil es que se lo coma un escreguto.—dijo Lily con frialdad.

—Es lo que se merece.—musito Cedric, pero aún así levantó la varita y disparó al aire una lluvia roja que brillo por encima de Krum, marcando el punto en que se encontraba. Lily y Cedric permanecieron por un momento en la oscuridad, mirando a su alrededor. Luego Cedric dijo:

—Bueno, supongo que lo mejor es seguir...

—Sí.—dijo Lily secamente.

Siguieron por el oscuro camino sin hablar; luego Lily giró a la izquierda y Cedric a la derecha, pronto dejaron de oírse sus pasos. Lily siguió adelante, usando el encantamiento brújula para asegurarse de que caminaba en la dirección correcta. Ahora el reto estaba entre ella y Cedric.

De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces, caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía, y el haz de luz de la varito iluminó a una criatura extraordinaria, un espécimen al que solo había visto en una ilustración de El Monstruoso libro de los monstruos.

Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con grandes zarpas y una cola larga, amarillenta, que terminaba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de mujer. Volvió a Lily sus grandes ojos almendrados cuando ella se acercó. Entonces habló con una voz ronca y profunda:

—Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.

—De acuerdo, ¿me dejarás pasar?—enarcó una ceja.

—No a menos que descifres mi enigma. Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado, te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.

—Bien.—acepto.— Dímelo.

La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el centro mismo del camino, y recitó:

Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas,

pero eso solo ocurrirá si no lo captas.

Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza,

porque está lejana, en tierras de bonanza,

donde empieza la región de las montañas de arena

y acaba la de los toros, la sangre, el mal y la verbena.

Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar:

¿A que animal no te gustaría besar?

—La araña.—respondió rápidamente.

La esfinge sonrió enormemente. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarla pasar.

—Gracias.

Echó a correr, lanzando el encantamiento brújula que apunto el camino de la derecha en cuanto llego a una bifurcación de caminos. Giró corriendo por él y vio luz delante. La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia.

Lily acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió del camino, corriendo como una bala por delante de él. Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía y Lily sabía que nunca podría alcanzarlo porque era más alto que ella.

Entonces, Lily vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a su izquierda y se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y con los ojos fijos en la copa, no lo había visto.

—¡Cedric! ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entraba en el camino y se abalanzaba sobre el.

—¡Desmaius!—lanzó Lily, sin causarle daño alguno pero provocando que la araña dejara a Cedric y fuera tras ella. —¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius! ¡Maldita sea!...—sus ataques no servían de nada.— ¡Expelliarmus!

Funcionó: el encantamiento de desarme hizo que el bicho, quien ya la tenía entre sus pinzas, la soltera, pero eso supuso una caída de casi cuatro metros de altura sobre su pierna, hiriéndola. Sin detenerse a pensar, apunto hacia arriba, a la panza de la araña, tal como había hecho con el escreguto y grito «¡Desmaius!» al mismo tiempo que Cedric. Combinados, los dos encantamientos lograron lo que uno solo no podía: el animal se desplomó de lado, sobre un seto.

—¡Lily! ¿Estas bien? ¿Cayó sobre ti?

—No.—respondió Lily, jadeando.

Se miró la pierna: sangraba mucho, tenía la túnica manchada con una secreción viscosa de las pinzas. Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a soportar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falta de aire, y miro a su alrededor. Cedric estaba a muy poca distancia de la copa, que brillaba tras el.

—Tomalá, ya has llegado.—instó Lily sin aliento.

Pero Cedric no se movió. Se quedo allí, mirando a Lily. Luego se volvió para observarla. Lily vio la expresión de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Lily, que se agarraba ahora del seto para sostenerse en pie. Cedric respiró hondo y dijo:

—Tomata tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces.

—Así no funciona esta tontería.—replicó Lily, irritada.— El primero en llegar a la Copa, gana. Y ese has sido tú.

Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y negando con la cabeza.

—No.

—¡Maldito Hufflepuff tenías que ser! —exclamó irritada.— ¡Deja de hacer alardes de nobleza y tómala ya para que salgamos de aquí!

Cedric observó como se agarraba del seto para mantenerse en pie.

—Tu me dijiste lo de los dragones.—recordó Cedric.— Yo habría caído en la primer aprueba si no me lo hubieras dicho.

—También me lo dijeron a mí y luego me ayudaste con el huevo: estamos a mano.—espetó Lily.

—También a mi me ayudaron con el huevo.

—Me vale madre. Toma la puta copa.

—Te merecías más puntos en la segunda prueba.—dijo Cedric tercamente.— Te rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber hecho yo.

—¡¿Quieres, por favor, tomar la maldita copa?!

—No.—contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Lily. Esta vio que era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de Hufflepuff no había conquistado desde hacía siglos.—Vamos, tómala tú.—Era como si le costara todas sus fuerzas, pero había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.

—Malditos Hufflepuffs.—masculló Lily demasiado irritada por la situación y por su pierna.— Vamos los dos y punto.

—¿Qué?

—Ambos somos de Hogwarts, la tomaremos al mismo tiempo y será la victoria del Colegio. Empataremos.

—¿Es...estás segura?

—Sí, sí...Nos hemos ayudado mutuamente, ya hagámoslo.

Por un momento pareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.

—Adelante, pues. Vamos.—dijo. Tomó a Lily del brazo, sujetándola de la cintura y la ayudo a ir hacia el pedestal en que descansaba la Copa. Al llegar, uno y otro acercaron sendas manos a las relucientes asas.

—A la de tres, ¿vale?—propuso Lily— Uno...dos...tres...

Cedric y ella agarraron las asas de la Copa. Al instante, Lily sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de los tres magos: la llevaba hacia delante, en un torbellino de vientos y colores, y Cedric iba a su lado.

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