Evrie salió de la cocina y de inmediato se dio cuenta de que Farel tenía un semblante bastante sombrío.

Los dulces que reposaban en la mesita de centro permanecían intactos.

Se sentó junto a él y le ofreció un pedazo de pastel —¿Quieres un pedazo de pastel? Es de la empresa, están bastante buenos—.

Farel no le respondió, su rostro seguía ensombrecido.

Evrie, entonces, comenzó a comer sola, disfrutando del sabor dulce, suave y pegajoso del pastel. Realmente le gustaba.

Cuando iba por la mitad, de repente, una mano grande le agarró la mejilla y Farel la miraba fijamente.

—Evrie, ¿no tienes nada que decirme? — Le preguntó él con voz grave.

—¿Decirte qué? — Le respondió ella, estaba claramente confundida y con las mejillas aún infladas, luciendo inocente y desconcertada.

¡Estaba fingiendo!

Farel, sin decirle más nada, la besó, capturando su rostro entre sus manos.

El sabor dulce y húmedo del bizcocho se esparció entre ellos, mezclado con el aroma fresco y único de Farel, embargando por completo el paladar de Evrie.

Su beso era apasionado y furioso, como si trajera consigo un torbellino de ira.

Evrie no pudo resistirse, intentó girar la cabeza para escapar de sus besos, pero él la mordió con fuerza.

—¡Ay! — exclamó ella, con un gemido de dolor que casi le saca las lágrimas.

Farel no tenía intención de detenerse, con una mano tomó ambas manos de ella y las levantó sobre su cabeza, presionándola contra el sofá con su cuerpo grande y pesado.

Él seguía sin hablar, pero sus movimientos eran todo menos suaves.

No fue hasta que Evrie, con lágrimas en los ojos, comenzó a quejarse del dolor que él aflojó un poco, aunque su mirada oscura no dejó de fijarse en su rostro.

Con los labios apretados y los ojos húmedos, Evrie miró a Farel y le dijo con voz llena de agravio.

—Dr. Farel, ¿qué te he hecho para que te comportes así? —

Farel sonrió con frialdad. —¿Así que vas a irte a Brasil con Leandro para cumplir tus sueños y desarrollar tu carrera? ¿No puedes sacrificar tu futuro por un hombre, verdad? —

Evrie, sorprendida, le preguntó: —¿Cómo lo sabes? —

—Así que es cierto—, concluyó él.

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