—……—

Tomeo quedó sin palabras ante sus palabras.

Leandro, en cambio, lo miró con una cierta admiración.

Siempre se ha dicho que el hijo menor de Amir Pinos es directo y rebelde, pero a él no le parece tan detestable.

Después de todo, el joven tiene la valentía de decir lo que piensa y de pelear por lo que cree justo.

Lástima que tenga una buena relación con Farel, eso lo hace inutilizable para sus propios fines.

Leandro apartó la mirada y siguió examinando a Tomeo.

—Ya has terminado de hablar y de insultarme, ¿podemos hablar ahora del tema de la herencia? — le dijo con calma.

—Ni lo sueñes. —

Tomeo estaba tan enojado que le costaba respirar. —Hasta que no vea a Giselle, aunque me muera, la herencia solo puede ser para una persona. — afirmó con determinación.

—¿Para quién? ¿Para tu querido hijo Félix?— Leandro soltó una carcajada con un dejo de sarcasmo. —Después de tantos años, sigues protegiendo a los tuyos. ¿De qué sirve decir que te sientes culpable conmigo si al final no estás dispuesto a darme ni la mitad de tu herencia? —

—Si vas a ser así, no esperes que yo sea cortés. — Leandro hizo una seña con la mano y dos hombres vestidos de negro salieron de un pasillo lateral, empujando a una persona con la cabeza cubierta.

Cuando llegaron frente a Tomeo, le quitaron la capucha.

Era un joven con el rostro hinchado y amoratado, desastroso y lastimoso, con rasgos que recordaban a los de Tomeo.

—¡Félix! —

Tomeo abrió los ojos de par en par, estaba incrédulo.

Félix fue lanzado al suelo con violencia, escupiendo sangre de su boca.

—Papá, por favor sálvame, ese bastardo me va a matar, ¡ayúdame, no quiero morir, quiero salir de aquí! — lloraba Félix, con mocos y lágrimas mezclándose en su rostro, sin rastro de su habitual arrogancia.

Tomeo siempre había consentido a su hijo.

Era la primera vez que veía a su hijo tan maltratado, y su corazón se partía de dolor.

—¿Qué es lo que pretendes hacer realmente? — le preguntó con angustia.

—No es nada, solo quiero la mitad de la herencia que me corresponde. — le respondió Leandro con desenfado.

—¡Tonterías! — Félix gritó antes de que Tomeo pudiera hablar, agitado. —La herencia de mi familia me pertenece a mí, ¿desde cuándo pertenece a un extraño como tú? ¡Sueña con disputarme la herencia, estás loco! —

Leandro se tocó la oreja con desprecio, ni siquiera miró a Félix y dio una orden indiferente.copy right hot novel pub

—Haces demasiado ruido, métanlo en el calabozo de agua.—

—¿Qué mierda de calabozo de agua? No tengo miedo, si te atreves…—

—Plaf— Félix ni siquiera había terminado de hablar cuando fue arrastrado y lanzado al calabozo de agua.

En pleno invierno, el agua helada le llegó rápidamente a la cintura, al pecho, al cuello y a la barbilla.

Félix temblaba de frío, era incapaz de evitar gritar de terror.

—¡Ah… qué frío, no puedo más, me voy a congelar, sáquenme de aquí ya…! —

Tomeo también estaba estupefacto.

Sus ojos turbios se abrieron de par en par, mirando ferozmente a Leandro.

—¡Sácalo de ahí, esa agua está helada, se va a morir! —

—¿Qué opinas? ¿Cuánto tiempo podrá resistir? —

Tomeo se retorcía en su silla de ruedas, temblando descontroladamente.

Intentó lanzarse hacia Leandro, pero cayó al vacío.

Padre e hijo se miraban a través del espacio, uno arriba y otro abajo, en una escena desgarradora.

El eco de los gritos desesperados de Félix resonaba por todo el lugar, eran insoportablemente estridentes.

Valerio, apoyado en su jaula, se tapó los oídos, se veía visiblemente irritado.

Tomeo temblaba, luchando por encontrar las palabras.

—Creo que podría resistir como máximo cuarenta y ocho horas. Yo también, si en cuarenta y ocho horas no te decides, morirá.—

Leandro sonrió con indiferencia.

Esa sonrisa, fría y despiadada, era como la de una serpiente venenosa.

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