Reconquistando a Mi Encantadora Secretaria por Joana Del Río -
Reconquistando a Mi Encantadora Secretaria Capítulo 86
Capítulo 86
Por otro lado…
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El dolor de espalda que había mencionado Ricardo fue sólo una excusa, y la verdad era que se había enterado de cierta noticia. Al regresar a su habitación, preguntó inmediatamente a su secretario: ¿Gerardo realmente subió al barco?
-Joel dijo que vio a alguien con una figura similar, pero no estaba seguro.
Ricardo se enfadó tanto que hasta soltó una risita. Hasta en las fiestas familiares se esconde. ¿Es que acaso aquí hay algo que le impide mostrarse? ¡Sin duda su madre lo corrompió!
Él
El ordenó directamente: -¡Envía a alguien a buscarlo!
-De acuerdo.
Al pensar en algo, Ricardo detuvo a su secretario y añadió: -Espera. Hazlo discretamente, no llames la atención.
En caso de que… Gerardo tuviera sus propios planes, no quería ser una carga para él.
El secretario asintió y respondió: -Entendido.
oasi
Después de que este se retirara, Ricardo todavía no se sentía del todo seguro, que se dirigió a la habitación donde estaban jugando a las cartas.
Mientras tanto, en ese cuarto cayó un breve silencio.
Fermín había accedió la oferta de Morgan.
Y este último, por su parte, posó su mirada en Cira. A sus espaldas, una lámpara de pie proyectaba su rostro en sombras, lo que dificultaba averiguar lo que estaba pensando en ese momento.
Cira sintió que le iba a costar respirar.
Todo estaba en una decisión de Morgan.
Si él asentía, estaba condenada a sufrir esa noche… ¡No!
De ninguna manera podía depositar su confianza en ese hombre, pues hacerlo equivaldría a renunciar a toda esperanza.
Súbitamente, Cira mostró una sonrisa y dio pasos con sus rígidas piernas hacia ellos. ¿Qué pasa? No tengo ni idea de qué están hablando, señores. Pero también sé cómo jugar al Fucho. ¿Yo podría unirme?
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Fermín la miró con una sonrisa media y preguntó: -¿Estás diciendo que quieres participar?
Esa frase claramente se burlaba de su falta de conocimiento sobre su propia posición.
Cira hizo como si no entendiera y respondió con naturalidad: –Sé jugar cartas bastante bien. Creo que estoy calificada para unirme a ustedes como jugadora. Fermín encendió un cigarrillo, recostado casualmente en el brazo de la silla, sonrió y a propósito, preguntó: -Entonces, ¿quién crees que debería ceder su lugar?
Morgan, el magnate de los negocios de la familia Vega en la ciudad de Sherón; Osiel, el líder en la industria de capital riesgo de los Sánchez en la de Xoán; Fermín, el potentado inmobiliario de la familia García en la de Bernat; Samuel, el gigante tecnológico de los Núñez en la de Karim.
Y ella, siendo sólo una mujer llevada allí, ¿a quién pensaba que iban a darle su lugar?
La posición de Morgan estaba justo frente a la puerta, y Cira lo podía ver al levantar la cabeza. A ella le gustaría que se fuera del juego… ¡preferiblemente del barco y directamente a su tumba!
Antes de hoy, ni en sus sueños más locos había esperado que Morgan pudiera ser tan despiadado.
Se decía que un día como esposos, cien días de amor y gratitud durados. Pero ellos, después de tanto tiempo de matrimonio, al final se convirtieron en
enemigos.
-¿Qué estás mirando? -preguntó Morgan con indiferencia–¿Tienes algo que decir?
Secretaria López, ven aquí. Toma mi lugar -dijo Osiel, levantándose y
abotonándose el saco-. Justamente estoy cansado. Lidia, acompáñame a tomar una copa.
Lo que más agradeció Cira hoy fue a los dos hermanos de la familia Sánchez.
Por su parte, Fermín notó cómo Osiel se refería a Cira y alzó una ceja. -¿ Secretaria? -murmuró para sí mismo y le echó un vistazo a Morgan, pensando que las cosas empezaban a resultar interesantes. Levantó la barbilla y dijo: Muy bien, adelante, secretaria López.
Cira se acercó y se sentó en la mesa de juego.
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En silencio, Morgan recogió las cartas, las mezcló y las repartió entre todos.
Cira se sentó a su derecha y, según las reglas del juego, fue la primera en tomar
una carta.
Tomó una del mazo, luego descartó una de las cartas de su mano.
Al principio, nadie estaba jugando en serio, y tampoco le importaba si ganar o no.
Sin embargo, la entrada de Cira cambió las cosas. Se concentró mucho, estudiando cuidadosamente las cartas descartadas y las de su propia mano.
Un buen oponente siempre despertaba el deseo de ganar en los demás, así que poco a poco, todos empezaron a ponerse más serio. Por un momento, no se escuchó ninguna palabra en la mesa, sólo el sonido de las cartas siendo mezcladas.
Osiel se quedó parado detrás de Cira, sosteniendo su copa de vino.
Morgan jugó una carta mientras levantaba la vista, mirando a Cira a su lado. Se veía muy concentrada, con las pestañas ligeramente inclinadas hacia abajo.
Fermín tomó una carta, reflexionó un momento y jugó otra.
Ahora llegó el turno de Cira, quien miró la carta que acababa de ser descartada y rápidamente la recogió, exclamando: -¡Fucho!
Ante eso, Samuel Núñez no pudo evitar reír. -Fermín, ¿por qué siempre estás dándole las cartas a la secretaria López?
Fermín no respondió, apoyando la punta de la lengua contra su mejilla. Le echó un vistazo a Cira, forzó una sonrisa y levantó su barbilla. -Sigamos.
A continuación, las cosas continuaron fluyendo sin problemas para Cira. Morgan preguntó sin emoción: -¿Estás contando cartas?
Lo que se llamaba contar cartas era recordar qué cartas habían jugado los demás y, a partir de eso, intentar adivinar qué cartas tenían en la mano, y así lograr
ganar.
Por lo tanto, el Fucho era un juego adecuado para todas las edades. Algunos jugaban por diversión, mientras que otros estaban pensando estratégicamente.
Fermín elogió con una sonrisa: -Secretaria López, tienes una buena memoria.
Al escuchar eso, los ojos de Cira brillaron. Había estado jugando tan intensamente sólo para escuchar esas palabras de él.
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