Capitulo 144 Repentinamente Llevándose al Niña

La Ramada era de la maestra de Dulcita, Informándome que su papá se la llevó,

Esa llamada me desequilibré al instante. ¿Cómo se le ocurrió a Hernán llevarse a Dulcita de repente?

Marqué rápidamente a Hernán. El número, que solía ser tan familiar, ahora me resultaba extraño. El teléfono sono por un buen rato antes de que Hernán contestara, con una voz llena de cariño, diciendo: Mi amor!

Me enfureci al instante y le respondi: -Hernán, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué te llevaste a Dulcita?

Mi amor, no te preocupes. ¿No extrañaba a mi niña? ¡Hace tanto tiempo que no la veo!

Sus palabras me dieron asco. ¿Cómo podía extrañar a su hija?

-No me llames con tanta confianza. ¿Dónde estás?– Mis ojos ardían de enojo mientras gritaba al teléfono.

-¿No me he acostumbrado a llamarte así? En mi corazón, siempre serás mi esposa, para toda la vida— Su tono era suave, estaba seguro de que lo hacía a propósito. Continuó: -No te preocupes, estoy en el Mundo de Hielo y Nieve.

Colgué directamente, llamé a mi madre para decirle que iría a recoger a la niña yo misma, para

que no se preocupara.

Luego, conduje directo al Mundo de Hielo y Nieve. Era un gran parque de diversiones para niños con helados de todo tipo y áreas de juegos para todas las edades.

Mi hija es mi vida, a pesar de que ella llama “papá” a Hernán, él hace mucho perdió el derecho

a serlo.

Cuando entré apresuradamente al Mundo de Hielo y Nieve, vi a Hernán alimentando a Dulcita con helado. Hubo un tiempo en el que esta imagen cálida me hubiera conmovido profundamente.

Dulcita me vio primero, ansiosa por bajar de la silla y encontrarme. Sin embargo, Hernán la sostuvo firmemente en sus brazos. Dulcita se debatió un par de veces en su abrazo, mostrando cierta renuencia.

-¡Mamá!

Me acerqué rápidamente, arrebatándole a Dulcita de los brazos de Hernán y abrazándola fuertemente.

Hernán me miró con una sonrisa irónica y dijo: -¿Para qué tanta prisa? También es mi hija, ¿

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Traté de contener mi impio, no quería que Dulcita viera siempre nuestras discusiones.

Dulcita, como si hubiera hecho algo mal, se acurrucó en mi hombro, sus pequeñas mancs abrazando fuertemente mi cuello.

-¿Está rico?– Le pregunté en voz baja mientras acariciaba su espalda.

Ella parpadeó con sus grandes ojos inocentes, observando mi rostro con atención. Luego sacó su pequeña lengua rosada y lamió sus labios, claramente insatisfecha.

Hernán se levantó rápidamente, me abrazó y me dijo: -Siéntate, rápido. La niña no ha terminado de comer, solo se comió un poco de helado, ¡deberías darle más!

Conteniendo mi disgusto, me senté sosteniendo a Dulcita. Tomé el helado y continué alimentándola, mientras Hernán se sentaba frente a nosotros. Sus ojos estaban llenos de una mirada tierna y risueña. Para los demás, éramos definitivamente una familia de tres, digna de envidia.

Dulcita simplemente abría la boca mecánicamente para comer el helado que le daba, pero de vez en cuando nos miraba.

Mi corazón casi se rompía por ella, sabía que en su pequeño corazón había una sombra que no podía expresar con palabras.

-Mi amor–dijo Hernán con dulzura-, ¿por qué no comes algo?

No pude soportarlo más, apreté fuertemente mi mano, mis nudillos blancos por sujetar la cuchara. Lo maldecía en mi mente.

Levanté la mirada hacia él, conteniendo mi enojo, y le dije en un susurro: -¿Todavía tienes dignidad?

De repente, Hernán sonrió, con sus ojos y cejas arqueados, incluso con un toque de ternura, pero entendí que esa sonrisa escondía una conspiración.

Fue esa sonrisa la que me causó una sensación de miedo.

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