Capítulo 1

—Divorciémonos.

—Dijo Delicia Lopez después de que la forzó a hacer el amor en la cama, con voz tentadora. Se encogía sobre la cama revuelta.

Tenía mechones de pelos adheridos a la cara bella, y una mirada perdida, cubierta de desdicha…

Escuchando que Alvaro Jimenez estaba vistiéndose, le dio asco al recordar que este hombre la forzó hacer algo así, hediendo a alcohol.

Amaba a este hombre durante diez años. Pero ahora no sentía nada por él.

Alvaro hizo una pausa, le miró la espalda, con una mirada fría y gris.

—¿Quieres divorciarnos?

—¡Sí! —Delicia le dio una respuesta decisiva.

Luego, se levantó e intentó llegar al baño en la oscuridad.

Alvaro la miraba con indiferencia. Al final, no pudo evitar acercarse a ella.

—Con cuidado. —Quiso ayudarle.

—Pum. —Le apartó la mano con todas sus fuerzas, pero se cayó al suelo, y se hizo perjuicio en las rodillas.

—Vete, no me toques. Me das asco.

Estaba harta de estar en la misma habitación con este hombre.

La aura de la habitación se volvió tensa y Alvaro se puso hosco. Se detuvo cuando estaba a punto de tocarle. La habitación estaba llena de su frío.

«¿Le doy asco?», le sorprendió.

Delicia se levantó apoyándose, siguió andando hacia el baño tan descompuesta. Se duchaba, la piel blanca se volvió enrojecida por el agua caliente.

¡Todo lo que pensaba fue borrar su olor pegado a la piel suya!

Después de la ducha, iba a tientas a la sala de ropas. No estaba acostumbrada a ser ciega. Sólo podía avanzar lentamente con la impresión.

Delicia encontró a tientas una ropa y se vistió. Tomó el certificado de matrinonio, —Vamos al Registro Civil.

—Clic. —Alvaro apretó sus puños.

Incapaz de controlar su ira, se levantó, se acercó a la mujer y la agarró con saña por el cuello.

—¡Delicia! ¿Qué quieres hacer? Si nos divorciamos, ¿cómo va tu vida?

A ella le faltaba todo.

Era una ciega sin familia. ¡Fue imposible ganarse la vida en esta gran ciudad! ¿Cómo se atrevió a tomar esa decisión?

Se quedaba tranquila, rechazó la ayuda de Alvaro, sacudió la cabeza con los ojos sin brillo, y dijo:—No me importa. Mientras no tenga que quedarme contigo, estaré bien.

Murmuró riéndose: —Década pérdida…

—¿Qué?

—Nos conocemos desde hace diez años, llevamos siete años de relación y tres de casados, pero a costa de que me quitó las córneas para otra mujer.

Fue un torcido matrimonio, ¡qué desafortunado!

No pudo aguantar más la insensibilidad de este hombre. Preferiría morir que aguantar eso. Sólo quería salir cuanto antes de esta prisión de desesperación.

El hombre se puso más frío.

—¿De qué estás hablando? Si no lo querías, ¿por qué aceptaste la operación?

—¿Me diste a elegir? —Riendo tristemente, ni siquiera pensó en preguntarle si se consideraba su esposa.

—Se acabó. No vuelvas a mencionarlo.

¡Delicia asomó una sonrisa profunda!

«Qué rídiculo un dicho arrogante…», pensó.

—Imposible. ¡Tengo que divorciarme de ti!

—¡Delicia Lopez! —¡Alvaro se cegó de ira!

Por fin contuvo su ira, caminaba hacia la puerta, —Ni se te occuras.

—Pum. —Se fue, dando un portazo.

Fuera de la puerta, se fue a toda prisa…

Delicia se dejó caer al suelo, las rodillas flaqueando. Estaba tan cansada que no podía sumergirse en la impostura.

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