La Traición Silvia G. Rivero novela completa -
Capítulo 47
Capítulo 47
Al oir la palabra “casa“, el corazón de Ainhoa se clavó como si una espina la hubiera pinchado. Ella habla considerado ese lugar sinceramente como un hogar, habla ido personalmente al centro comercial a comprar decoraciones y habia arreglado cada rincón de la casa con sus propias manos. Con su llegada, la casa que antes era frío, se habia vuelto acogedora. Cada dia, después del trabajo, iba al mercado a comprar ingredientes para preparar los platos favoritos de Enzo. Esperarlo para cenar juntos después de su jornada era para ella el momento más feliz. Incluso pensaba que, aunque Enzo no quisiera casarse, no estaba mal seguli asi.
Pero nunca se le había pasado por la cabeza que, de principio a fin, solo ella estaba embriagada en esa ilusión, ya que Enzo nunca había tenido un verdadero interés en ella. Solo la vela como una compañera de cama, o un objeto para satisfacer sus deseos. Al recordar todo eso, una sonrisa irónica se dibujo en los labios de Ainhoa.
“Esa es tu casa, no la mía, no voy a volver contigo.” Dijo ella.
Enzo la agarró de la barbilla y la besó con fuerza. Su voz tenía un tono seductor poderoso: “Entonces, te besaré hasta que estés de acuerdo.”
Ese beso estaba lleno de una intensa necesidad de poseer, sin rastro de contención. Sus labios húmedos y calientes recorrian su rostro, su cuello, hasta su cuerpo, sin ningún pudor. Conocía el cuerpo de Ainhoa como siempre, sabia donde era más sensible y dónde podía despertar más su deseo.
Ella sentia que su aliento se consumía poco a poco, como un pez a punto de ahogarse. La noche era densa y todo a su alrededor estaba en calma. En la habitación solo se escuchaba la respiración entrecortada del hombre. Enzo mordisqueaba su piel suavemente, provocándola intencionadamente y preguntándole: “¿Vuelves a casa o no?”
Ainhoa, con los ojos enrojecidos por los besos y el cuerpo débil, apenas podía hablar con voz ronca, pero al final le dijo: “Enzo, el hogar es donde hay amor, lo nuestro, a lo sumo, es un lugar de encuentros efímeros, seria más apropiado ir a un hotel.”
Su voz suave y coqueta contrastaba con sus frías palabras.
Enzo la soltó lentamente y la miró fijo mientras le decía: “Ainhoa, ¿te he tratado tan bien que te has vuelto arrogante?
Ainhoa soltó una risa fría y luego le contestó: “Si consideras que acusarme sin motivo es tratarme bien. entonces si, me has tratado muy bien, ya que a menudo lo haces, ¿no es asi?”
En los claros y luminosos ojos de Ainhoa solo habia frialdad y sarcasmo, lo que enfrió el corazón de Enzo, Se lamió los labios y dijo: “Ainhoa, no te pases de lista. ¿Crees que Irene es fácil de manejar?”
a
*Sé que tiene el respaldo de la familia García y el tuyo, pero cruzó mi línea roja, y estoy dispuesta a llegar a las últimas consecuencias, aunque sea el fin de ambas. Le aclaró ella.
“Ella tiene depresión, si la presionas demasiado y se suicida, no podrás soportar las consecuencias.” Ainhoa cerró los ojos y en su rostro se dibujó una expresión indescriptiblemente amarga mientras decia: “¿Así que siempre vas a creerle a ella y nunca a mi? Enzo, la depresión no es exclusiva de Irene, ¿alguna vez has pensado que yo también puedo sufrirla?”
“Ainhoa, la depresión no es un resfriado, no es algo que se pueda tener simplemente porque se quiera.” Enzo se incorporó en la cama, mirándola friamente. Sentia que no entendia a la mujer que tenía delante. Tan obediente y sumisa como habia sido antes, en aquel momento era igual de rebelde.
Extendió su mano larga y bien formada, acariciando la cara brillante y blanca de Ainhoa con un tono de voz suavemente persuasivo: “Te he dicho que si me obedeces, te protegeré completamente, de lo contrario. “De lo contrario, serás duro conmigo, ¿verdad?”
Capitulo 47
La tristeza en los ojos de Ainhoa crecía, y la sonrisa en sus labios se teñía de amargura. Le había dicho que no había perdido al niño, pero él no le creyó. Dijo que no había empujado a Irene y él tampoco le creyó. En aquel momento, arriesgándose a revelar su dolor, le decía que también tenia depresión, y él seguía sin creerle.
Capitulo 48
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