Evrie regresó a su casa y pasó la noche en vela.
Por más que lo intentaba, no lograba encontrar una buena solución hasta que amaneció.
Al otro día, para ir a trabajar, no se atrevía a salir primero. Se quedó mirando a través de la mirilla de la puerta, esperando un largo rato hasta que vio a Farel alejarse. Solo entonces, salió despacito de su casa.
Apenas llegó a la oficina, recibió un mensaje de Leandro. Él tenía un viaje de trabajo y no estaría en Alnorter por algunos días, por lo que no podría acompañarla. Le pidió que siguiera el proyecto con un compañero.
Evrie tuvo un día ajetreado en el hospital.
La compañera con la que trabajaba era una ingeniera con cinco años de experiencia en construcción. Todos la llamaban Linda, era la diseñadora más influyente del departamento después de Leandro Reyes, pero también era la de peor carácter.
Linda nunca había tenido buena opinión sobre Evrie y esta vez no desaprovechó la oportunidad para mandonearla.
—Evrie, lleva esa caja de instrumentos de medición arriba, la necesitaré en un momento —le dijo Linda.
Los instrumentos estaban en una caja de metal en el suelo. Eran pesados por la variedad de modelos y normalmente los obreros eran quienes los movían.
—Está bien —le respondió Evrie.
Vio a Linda alejarse con desdén y se acercó con dificultad a la caja, pero era tan pesada que tuvo que arrastrarla en vez de cargarla.
Cuando llegó al ascensor, vio que Linda había presionado el botón para cerrar las puertas y, a través de la estrecha abertura, le hizo un gesto burlón con la mano.
—Ay, casi se me olvida, el Sr. Reyes me pidió que te enseñara bien. Así que mejor sube por las escaleras cargando la caja, te vendrá bien para fortalecerte.copy right hot novel pub
Ya sabes, quien no se arriesga, no gana, ¿verdad? —le dijo con sorna.
Antes de que Evrie pudiera contestarle, las puertas del ascensor se cerraron.
Se quedó parada, sintiéndose aturdida.
Aunque no era muy perspicaz, estaba claro para Evrie que Linda no la quería, incluso podría decirse que la detestaba.
Pero a ella no le importaba, ella no vivía para agradar a los demás. Las pequeñas mezquindades no eran nada comparadas con los sufrimientos de su infancia.
Sin embargo, Evrie no era tonta y sabía cómo manejarse.
Subir diez pisos por la escalera con una caja tan pesada la dejaría exhausta.
Arrastró la caja hasta el montacargas, pulsó el botón para la novena planta y, una vez allí, se llevó la caja al pasillo y se sentó en los escalones para descansar.
Había descubierto ese pasillo el primer día que inspeccionó el lugar y ahora le servía para tomar un atajo.
Cuando calculó que había pasado suficiente tiempo, se levantó y con esfuerzo cargó los instrumentos hasta el siguiente piso.
La caja era tan pesada que tuvo que llevar el contenido en dos viajes. Cuando finalmente llegó sin aliento al piso deseado, se encontró con la mirada triunfante de Linda.
—Qué lenta eres, parece que no tienes fuerza. Tendrás que esforzarte más si quieres tener una oportunidad en este rubro —le dijo Linda con desdén.
Evrie asintió con una expresión dócil.
—Tienes razón, Linda. Viendo lo exitosa que eres ahora, seguramente pasaste por muchas dificultades así como yo —le contestó.
Linda pareció sorprendida por un momento, pero luego giró la cabeza con arrogancia.
—Por supuesto, he tenido mis momentos difíciles. Lo que tú estás pasando no es nada comparado con lo que yo pasé —le dijo con aires de superioridad.
Evrie sonrió sin decir nada más.
La mañana pasó rápidamente y, aunque Linda la molestaba a propósito con tareas de medición, uso de cuerdas y traslado de cemento, Evrie no se quejaba y lo hacía todo con soltura.
Los obreros la miraban impresionados y uno le comentó: —Muchacha, tienes mucha fuerza y eres muy eficiente, no es común ver a alguien como tú por aquí.
Evrie solo sonrió y continuó su trabajo, recordando que cuando era pequeña había construido muros bajo el sol ardiente y llevado agua del río helado en invierno. En los momentos más duros no tenía ni para comer, y el hambre solo se la podía calmar con agua.
En comparación con esos días, esto no era nada.
Llegó la hora del almuerzo y los obreros dejaron sus tareas para comer.
Finalmente, Linda la dejó en paz y se fue a almorzar. Ella era muy selectiva con la comida y despreciaba las comidas de la cafetería del hospital.
Evrie fue sola al comedor y, aprovechando que no había mucha gente, empacó algunos bollos y volvió al pasillo del montacargas para comer sentada en los escalones.
Evitaba la cafetería para no encontrarse con Farel, aquel tipo desagradable.
Después de lo que pasó anoche, su imagen de él se derrumbó por completo. Aunque parecía sereno y distante, culto y abstinente, en realidad era un loco.
Era capaz de enloquecer en cualquier momento.
Ahora, si podía evitarlo, lo hacía, mejor si no lo veía nunca más.
Mientras pensaba en esto, se escuchó un ruido desde el pasillo.
—¿Dr. Farel, otra vez en el pasillo fumando? —
Evrie se quedó paralizada.
Rayos, ¿él venía hacia aquí?
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