Era la medianoche cuando Evrie no pudo más y, suplicando con un quejido, agarró el brazo de Farel para que al fin tuviera piedad y la dejara en paz.
Después de ducharse, él no tenía toalla, así que Evrie recordó la bata que le había ‘regalado’ de su casa la última vez. La sacó del armario y se la dio.
Farel no se hizo de rogar y se la puso sin más.
La bata suave aún conservaba el delicado perfume de la chica, ese aroma único que emanaba de ella.
Él la olió levemente y, la verdad, no sintió ningún rechazo.
Evrie se acurrucó en la cama, cubierta con las mantas, dejando solo su pequeña cabeza al descubierto. Con la voz casi ronca, no se olvidó de echarlo.
—¿No vas a dormir a tu casa?—
Lo que quería decir era que se fuera largando y no se quedara en su cama.
Farel entendió el mensaje y la miró sin decir nada.
Para él, aquella distancia en la cama era algo nuevo. Ella había pasado cuatro noches en su casa y nunca la había mandado a dormir a otro lado. Esta mujer sí que era algo, pensó, olvidando a quien le ayudaba en cuanto se ponía los pantalones.
Habiendo comido a su gusto esa noche, no tenía ganas de discutir. Recordando que al día siguiente tenía una cirugía temprano y necesitaba estar en plena forma, decidió dar media vuelta y marcharse.
Evrie vio cómo se iba, molesto, y finalmente respiró aliviada. Los párpados cada vez más pesados, se acomodó para dormirse.
—Click.—
La puerta se abrió de nuevo.
Evrie, por reflejo, abrió los ojos y vio a Farel entrar, todavía con la bata, y con una caja que parecía un regalo. La lanzó con indiferencia sobre la cama de Evrie.
—Es el regalo que tu ‘maestro’ dejó en la puerta, un reloj. Se ve que sabe escoger.—
Por algún motivo, Evrie detectó un tono sarcástico y agrio en sus palabras.
Levantó la tapa y vio que era un reloj de una marca ni muy cara ni muy barata, perfecto para una interna de su edad.
Le gustó, pero no quería mostrarlo demasiado.copy right hot novel pub
Temía que él se enojara y la sometiera a otra ronda.
Así que tomó la caja y la colocó en la mesita de noche, volviéndose a envolver entre las mantas, mostrando un rostro exhausto y somnoliento.
—Ya me voy a dormir, tengo que trabajar mañana. Dr. Farel, si no puede dormir, vaya a contar estrellas. Aquí… no puedo descansar.—
Farel…—
Quería replicar, pero viendo a Evrie con los ojos rojos y medio cerrados, su cabello desordenado, sus labios hinchados y rojos, y su delicada clavícula marcada con moretones, se dio cuenta de lo mal que la había tratado esa noche.
Parecía tan desamparada.
Por un momento, Farel sintió lástima.
—Tranquila, no me quedaré.—
Dejó caer esas palabras secamente y salió del dormitorio, cerrando la puerta tras de sí.
Solo cuando el sonido de sus pasos desapareció y escuchó el cerrojo de la puerta, Evrie pudo relajarse y cerrar los ojos cansados.
Era curioso que, a pesar de su grave insomnio, después de esas noches terminaba tan agotada que no le costaba dormirse y lo hacía profundamente.
Qué extraña magia…
…
A la mañana siguiente, el despertador interrumpió su sueño.
Todo volvía a la normalidad; era hora de ir a trabajar y ganar dinero.
Evrie se aseó rápidamente, se puso ropa conservadora para cubrir los rastros en su piel, comió algo de desayuno y se apresuró a la empresa.
Justo al salir de su edificio, una camioneta familiar se detuvo frente a ella. La ventana se bajó, revelando la carismática y atractiva cara de Leandro Reyes.
—Evi, sube, te llevo.—
Era costumbre que Leandro, cuando estaba en el país, la llevara a la empresa por las mañanas. Evrie ya estaba acostumbrada.
No pudo rechazar su amable oferta y se sentó en el asiento del copiloto.
De repente, una Range Rover negra pasó rozando su cuerpo a toda velocidad, dejando tras de sí una estela de humo. Estuvo tan cerca que casi la golpea.
Evrie se encogió instintivamente y alcanzó a ver el perfil de Farel en el vehículo.
Ese rostro siempre frío y limpio, ella lo reconocería aunque pasara a diez veces esa velocidad.
Agarró el cinturón de seguridad, sintiendo un temor creciente. ¿Habría pasado a propósito tan cerca de ella? ¿Estaría enojado?
—Evi, ¿te gustó el regalo de ayer?—
Leandro conducía mientras, de repente, iniciaba una conversación con ella.
Los pensamientos de Evrie volvieron al presente y asintió con la cabeza—Me encantó, gracias maestro, fue un gran detalle de tu parte.—
—Solo fue una pequeñez, no te preocupes por eso, lo importante es que te haya gustado.—
Leandro soltó una risa, lanzando una mirada fugaz a la muñeca vacía de ella, y con cierta sorpresa preguntó—¿Entonces por qué no lo llevas puesto?—
Evrie miró instintivamente su muñeca y explicó—Hoy tengo que ir al sitio de construcción, no quería rayarlo.—
La verdad era que la noche anterior se había acostado tarde, y la caja del regalo seguía intacta en su mesita de noche, ni siquiera había tenido tiempo de abrirla.
Además, estaba Farel, que siempre estaba atento y de vez en cuando soltaba algún comentario sarcástico. Si se hubiera puesto el reloj, seguro él tendría alguna que otra observación mordaz.
—Ya veo, casi olvido que tú siempre has sido una persona que cuida mucho de sus cosas.—
Leandro sonrió y giró el volante para tomar una curva.
Parecía recordar algo y cambió de tema—A propósito, ¿estás muy corta de dinero?—
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