Capítulo 52: La cena familiar en la casa Cintas

Bajé del auto y, sin esperarlo, me fui directamente al interior tomada de la mano de Dulcita. Hernán nos siguió, aún con su sonrisa ligera.

En el pasado, él solía dejarme ir sola en estas ocasiones. Esta vez, era evidente que quería comprobar si yo estaba mintiendo.

Al llegar a la tienda, eché un vistazo a los zapatos en el mostrador. Hernán me miró con una ceja enarcada, claramente esperando a que me pusiera en ridículo.

Lo que él no esperaba era que una de las vendedoras me reconociera. -¿Señorita Lara? ¿Vino a recoger los zapatos?

Le dediqué una sonrisa y respondió: -Así es.

-Ya están listos. Se los traigo ahorita —dijo la empleada antes de desaparecer en el almacén y, en poco tiempo, entregarme una caja de zapatos-. Talla 5, color café, ¿verdad?

Tomé la caja y la abrí para checar antes de pasársela a Hernán, mientras agradecía a la empleada.

Hernán se sorprendió un poco, luego sonrió y tomó la caja, pasando su brazo suavemente alrededor de mi cintura y dándole también las gracias cortésmente.

En el camino de regreso, parecía muy entusiasmado e intentaba mantener una conversación, pero me limitaba a responder con respuestas cortas y distantes.

Durante la cena, apenas comí. Por un lado, había tenido un episodio de mi enfermedad por la tarde, así que no me atrevía a comer alimentos grasos. Además, ver a Sofía sentada justo al lado de Hernán me quitó el apetito. Sinceramente, quedarme con esa familia me hacía sentir repulsión como nunca antes.

Hernán no dejaba de servirme la comida, mientras Sofía me miraba con rencor y parecía sumamente descontenta.

-María, nunca te vi actuar tan exagerada cuando comemos en tu casa dijo ella, pareciendo finalmente hartarse-. ¿Por qué ahora es más difícil cuidarte que a Dulcita?

-Pero Hernán siempre te cuida, ¿o me equivoco? -repliqué con una sonrisa brillante en mis labios.

Sofía abrió los ojos de par en par y me fulminó. -¡¿Q–qué estás insinuando?!

Empujé el plato, que contenía los alimentos que Hernán había servido para mí, hacia Sofía.

No estoy insinuando nada. Ni siquiera los he tocado. Si te gustan, adelante, cómetelos. Lo que a Hernán le guste no significa que a mí también me guste. Ya sabes, tiene un gusto muy particular.

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Con eso, me dirigí a Hernán y agregué: -Mejor encárgate de cuidar a tu hermana. Estos días no me sentía bien y siempre tenía náuseas. Fui al hospital por la tarde y el médico me aconsejó tener cuidado con lo que como.

Noté una vergüenza en el rostro de Hernán mientras se detenía, y su mirada brillaba con algunas emociones que yo no comprendía.

Sofía ojeó en secreto a Hernán y apartó el plato, refunfuñado: -No quiero lo que tú no quieres.

Sonreí y pregunté a propósito: -¿En serio? Pero somos familia, ¿no? Además, ni siquiera toqué estas comidas.

En mi mente, pensé sarcásticamente: «¿No quieres lo que no quiero? Incluso me robaste a mi hombre y ¿ahora tienes el descaro de decir que no lo quieres?»>

La madre de Sofía le echó una mirada. -¿Qué tonterías estás diciendo? Con tu personalidad, ¿ quién podrá tolerarte en el futuro?

-Bueno, si es así, simplemente no me casaré. No tengo intención de dejar esta casa, ¿vale? — replicó ella con confianza.

Estuve a punto de reírme a carcajadas ante su actitud segura. No pude evitar preguntarme cómo se sentiría su madre si se enterara de la relación entre esos dos hermanos.

-¿Qué quieres decir con que no te casarás? ¿Cuentas con que tu hermano te mantenga para siempre? -reprendió su madre con enojo. Yo estaba segura de que cualquiera que conociera la

situación real se sentiría incómoda al oír eso.

Sonreí ligeramente y no dije más. Hablar demasiado sólo empeoraría las cosas, y este no era el momento para pelear con ellos.

Sin embargo, mi silencio no sirvió de nada porque alguien no me dejaría tan fácilmente en paz.

-¡Cada vez que vuelves, no pasa nada bueno! —espetó Sofía, yendo dirigida contra mí- No creas que sólo porque estás casada con mi hermano, jeres parte de esta familia!

Al decir eso,

ella actuaba como si fuera la verdadera esposa de Hernán y yo, en cambio, fuera simplemente una amante agraviada.

Masticando mi comida, levanté la cabeza con calma y le dije en un tono lo más suave posible: -¿Te refieres a mí?

-Sí, ja ti! ¿Algo de malo? -replicó Sofía retadoramente, como si no tuviera miedo de que la

situación empeorara.

-Claro, no hay problema, tienes toda la razón -dije inusualmente en acuerdo.

A continuación, dejé lós palillos sobre la mesa. Todos los presentes me miraron aturdidos, cada

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