Recuperando a mi multimillonaria esposa -
Capítulo 53
Capítulo 53: Haciéndose el ignorante a pesar de saber
Tanto Hernán como Cristina reprendieron: -¡Sofía!
En ese momento, su padre intervino con impaciencia: -¡Todos a comer!
No me sorprendió en absoluto su actitud. Después de todo, consentía demasiado a Sofía; cualquier cosa que ella dijera iba a misa y él nunca le decía que no. Entonces, quedaba claro que esa frase iba dirigida a mí.
Por su parte, Dulcita se asustó y su cuchara cayó al suelo, provocando un estruendo que me recuperó los sentidos.
Reprimiendo mi rabia, me incliné para recoger su cuchara y le entregué otra.
Luego, miré a Sofía y le pregunté: -¿Así que estás insinuando que soy el factor disonante en esta familia? De lo contrario, no habrías dicho que no pasa nada bueno cada vez que vuelvo, ¿ verdad? Si es así, quiero preguntar a papá, mamá y Hernán, ¿también piensan lo mismo?
Con rostro sombrío, Hernán me dio un golpecito en el hombro. —No le prestes atención a lo
dice. Vamos a comer.
que
Su madre también intervino rápidamente, tratando de calmar la situación: -Somos una familia, no tomes en serio lo que dice, ¿sí? Sigamos comiendo. Sofía es así, no considera los sentimientos de los demás cuando habla.
-La verdad, nunca me tomo en serio lo que dice, pero eso no significa que a Sofía tampoco le importe, ¿verdad? Nunca lo pensé demasiado, pero Hernán y yo estamos casados oficialmente.
-¿Y qué? Muchas personas se divorciarán -refutó Sofía, interrumpiendo mi frase.
Me quedé atónita y miré a Hernán, mientras mi rostro se ponía más serio y maldecía en
silencio.
-¡Cállate! -le regañó él dirigiéndose a Sofía.
-¿Divorcio? Tienes razón. Quién sabe, un día tu hermano se harte de mí y yo deje de ser parte de esta familia. A diferencia de ti, que siempre has sido su buena hermanita. Pero… tal vez tu hermano todavía no ha decidido sobre el divorcio, y tú pareces estar ansiosa. Pero, Sofía, ¿por qué tanto alboroto?
La observé con agresividad y de reojo me di cuenta de que Hernán se sonrojaba como un
tomate.
-¿Cómo que no he decidido? No pienso divorciarme. Sofía, mejor cálmate -dijo Hernán
mientras la fulminaba con la mirada.
Esbocé una sonrisa y la miré alzando una ceja. –A fin de cuentas, aunque Hernán quisiera
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-¡Tú!
-No tengo que mencionar lo que pasó antes, porque los hechos hablan por sí solos. Tampoco me molesto en venir aquí a buscar lástima, como tú dices. Creo que todos aquí saben más que yo acerca del pasado, ¡pero nadie va a actuar como tú, haciéndose el ignorante a pesar de saber!
En mis palabras había una insinuación y quería aprovecharlas para advertir a los padres de Hernán. Había cosas que tenía que decir, y aunque yo no estaba en la posición más ventajosa en ese momento, no iba a dejar que me tomaran por débil.
–
-¿Por qué no me dijiste que ibas al hospital? -me preguntó Hernán de repente.
-¿Y tú le crees a lo que ella dice? ¿Por qué la consientes tanto? -gritó Sofía.
-Por ahora, todavía soy su mujer. Si no me consiente, ¿debería consentirte a ti? Pero en privado, también te consiente, ¿verdad?
Estiré la mano, saqué el informe diagnóstico de mi bolso y lo puse delante de Hernán. —¿Por qué no te lo dije? ¡Porque estabas almorzando con alguien!
Ante eso, el rostro de Hernán se volvió pálido y no se atrevió a mirarme.
Dulcita, quien se escondía debajo de la mesa, extendió su mano y tiró de mi manga con cierto
temor. -Mamá, quiero irme a casa.
-Está bien–respondí y, levantándome, me volví a los dos mayores-. Ya nos vamos.
-Cariño…
Una vez fuera, sentí que el aire era tan fresco que no pude evitar soltar un gran suspiro. Juré para mis adentros que haría que todos pagaran por las palabras de hoy.
Hernán nos siguió afuera, con una expresión torpe. Se apresuró hacia mí y tomó a Dulcita. —
Por favor, no te enojes.
-¿Te parezco enojada? -sonreí ligeramente y miré a Dulcita, agregando- Volvamos a casa.
Por la noche, cuando Dulcita se había dormido, Hernán me abrazó. —¿Te dolía mucho? ¿Y qué tal ahora? ¿Tiene que ver con tus náuseas recientes? Lo siento, cariño. Almorcé con un cliente, pero la próxima vez tienes que llamarme. ¡Tú eres lo más importante para mí!
Me quedé sin palabras, suspirando interiormente ante su desvergüenza. Esa noche, lo único en lo que podía pensar era en esa mujer llamada Luciana.
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