Capítulo 55: Brindando con la luna, acompañada por el destino

Yo caminé sin rumbo fijo y, sin darme cuenta, llegué nuevamente a la orilla del río. Compré unas latas de cerveza y, después de decirle a mi suegra que fuera a recoger a Dulcita, me senté

aliviada en la orilla, disfrutando del vino en soledad.

La empresa se había convertido en un cascarón vacío y parecía que ya había cumplido su propósito, enriqueciendo a la familia Cintas, mientras yo no había obtenido nada. No era de extrañar que Sofía se burlara de mí sin miedo, diciendo que a pesar de haberme casado con Hernán, nunca sería parte de la familia.

Incluso así, no se conformaron con dejarme ni siquiera mi última propiedad. Hernán aprovechaba mi ausencia para asquearme sin piedad, haciendo cosas más sucias en la cama donde yo dormía.

Anoche, durante la cena, tuve una pelea con ellos y me sentí poderosa, pero todo lo que obtuve a cambio fue que Hernán había comprado un coche para hacer feliz a Sofía. ¡Vaya generoso! Pero cuando le pedí medio millón para ayudar a mis padres en tiempos difíciles, se enfureció. Cuanto más pensaba en ello, más sentía un dolor desgarrador que me quitaba el aliento.

Mi celular no paraba de sonar y contesté, pero ya estaba un poco ebria y no sabía lo que decía.

La noche cayó, y los glamorosos rascacielos de la orilla opuesta estaban brillantemente iluminadas, pero ninguna brillaba para mí. Ya no me quedaba nada.

Levanté la lata hacia las luces cuando, de repente, una gran mano me la arrebató. Acto seguido, escuché un reproche: -¡María!

Me volteé con los ojos entrecerrados y, en trance, me pareció ver al hombre que había estado presente en todos los peores momentos de mi vida. Sacudí la cabeza y le sonreí. —¿Tú? ¿Cómo supiste que estaba aquí? Yo… ¿es que dejé algo más en tu coche?

-Te dolió tanto ayer, ¿y hoy olvidaste las instrucciones del médico? -interrogó Patricio, un poco enojado.

-N–no me hables de eso. ¡Es aburrido! lo miré y extendí la mano para agarrar su manga, murmurando- Ven… ¡bebe conmigo!

Al decir eso, sonaba como una niña mimada. Tal vez era por la alegría de tener de repente compañía en medio de la soledad, o tal vez porque todavía conservaba mi corazón de joven.

Patricio permaneció allí durante un buen rato, sólo mirándome. Agité su brazo y lo urgí: Ven!

Finalmente, saltó a la orilla del río y se sentó a mi lado. Abrió dos latas de cerveza y me entregó una, luego chocó la suya con la mía y tomó un sorbo.

¡

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Me ref a carcajadas. -¡Gra–gracias por estar aquí conmigo!

-Dime, ¿por qué estás bebiendo?

-¿Necesito una razón para beber? -repliqué y tomé otro sorbo- ¿Por felicidad, está bien?

Me reí como una tonta y me volví hacia las luces del otro lado del río. – Porque estoy celebrando que finalmente veo las cosas con claridad… ¡Me quedo sin nada! Je, el hombre que amaba había tejido una red para engañarme, y me dejé atrapar voluntariamente. Crees que soy tonta, ¿verdad? Ja, ja… La empresa se fue, el dinero también. Oh… tengo una hija. ¡No está mal! Aunque lo perdí todo, al menos tengo una hija.

-¿Qué planeas hacer? -me preguntó, pero no me miraba a mí, sino las luces de la orilla

opuesta.

-¡Me divorciaré y lo destruiré por completo! -espetó entre dientes. Esa idea estaba especialmente clara en mi mente.

-Tú, ¿nada más? -se giró para mirarme y dijo–¿Crees que emborracharte aquí te va a vengar? No esperaba que fueras tan ingenua..

-¿Por qué te burlas de mí? -respondí molesta. ¡Ese tipo no sabía cómo hablar!

-¿Me estoy burlando de ti? Tu marido se llevó todos los activos, condujo su carro nuevo a la Ciudad Orillana, y aquí estás tú, en lugar de tomar acciones, ahogando tus penas. ¿Crees que gritar consignas servirá para vengarte?

Sus palabras tocaron el punto más débil de mi corazón. De repente, me inundó una ola de vergüenza y mi orgullo me volvió histérica. -¿Có–cómo te atreves a decir eso? Puedo ser inútil, ¡pero no eres nadie para recordármelo!

-¿En serio?

Estábamos tan cerca que hasta podía sentir su aliento, lo que hizo que mi corazón latiera deprisa. Levanté la cabeza y lo miré. Bajo la luz amarilla oscura, su rostro tenía una capa dorada de brillo. En ese instante, le vino a mi mente la imagen de aquel día en que me abrazó en ese mismo lugar.

Inconscientemente, sacudí la cabeza para mantenerme despierta.

El atractivo rostro de Patricio se acercó repentinamente al mío y, con una mirada maliciosa, susurró: -Parece que todavía te importa.

Su cálido aliento acarició la cara, y al instante, una extraña sensación inundó mi corazón que parecía tragarme. Me eché hacia atrás por instinto, pero una mano me rodeó y me trajo a sus brazos.

-¿Te parezco aterrador? -preguntó suavemente, y sus ojos lucían como si escondiera toda una galaxia.

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Alcé la vista y contemplé sus hermosas cejas, sus profundos ojos, su rostro esculpido y angular, y sus delgados labios. En ese momento, me sentía como si cayera en un abismo y descendiera sin cesar…

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