UN MATRIMONIO INESPERADO… El día del divorcio by Jeda Clavo -
UN MATRIMONIO INESPERADO… El día del divorcio Capítulo 9
Capítulo 9: Un hombre imponente.
Claudia dudó solo por segundos.
-Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.
Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.
-Puede decirme ¿Quién pagó? -interrogó y el doctor negó con la cabeza.
-No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad–contestó el médico.
-Gracias–murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?
Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad.
-Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas por mi culpa con Javier, sabes que se molesta si permaneces mucho tiempo aquí – susurró su madre con voz ronca, interrumpiendo la quietud.
-Shh, mamá, descansa. No hay prisa, me quedaré contigo–respondió, acariciando la mano arrugada que reposaba sobre la sábana.
Quizás ese podía ser un momento oportuno para decirle que se había divorciado, pero no quería agitarla. Y en cuanto a su nuevo esposo, aunque le había dicho que pasaría a buscarla en casa de su amiga, para llevarla a su hogar. Su nuevo hogar no tenía intenciones de ir con él, el solo pensamiento le encogía el estómago y le causaba nervios de quedarse a solas con él.
Su presencia dominante seguramente le exigiría tener intimidad, y a decir verdad, para ella el sexo estaba sobrevalorado, le parecía algo desagradable e inútil a no ser que se quisiera tener hijos.
Mientras estuvo casada con Javier era un suplicio, la atormentaba cada vez que debían darse esos momentos, era una situación desagradable que le causaba repulsión, a tal punto que Javier la había tildado de frígida, y esas palabras se clavaron tan profundamente en su interior que ella estaba convencida de eso, sin darse cuenta de que cada palabra pronunciada por su exesposo había marcado su autoestima.
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Con un movimiento decidido, apagó su teléfono, evitando a Andrew. La oscuridad de la pantalla reflejó su determinación de esconderse esa noche en la soledad del hospital con su madre, lejos de las demandas de un matrimonio que no quería.
****
Mientras tanto, Andrew, en la penumbra de su estudio, marcaba una y otra vez el número de su esposa. La impaciencia crecía en su interior como hiedra enredada en su razón.
-¿Dónde, diablos, estás? -murmuró en tono bajo, preocupado, pensando que le había dicho a ella que la buscaría, había enviado al chofer y este no la había encontrado.
Al no obtener respuesta de su parte, decidió marcar a otro número.
-Roger averigua dónde está mi esposa, por favor -aunque su voz era serena, sus palabras eran órdenes, y Roger lo sabía.
“Enseguida, señor“, dijo la voz al otro lado de la línea.
Cinco minutos después, la información llegó como un sedante para su ansiedad. “Señor, su esposa está en el hospital, cuidando a su madre, al parecer se quedará la noche con ella“.
Andrew suspiró, su frente se suavizó ligeramente por el alivio. No estaba
ignorándolo; no había huido. Estaba cumpliendo con un deber filial. Pero eso no significaba que pudiera posponer indefinidamente sus responsabilidades matrimoniales.
-Gracias, Roger–colgó y se sumergió en sus pensamientos, planeando su próximo movimiento.
***
El amanecer filtraba su luz a través de las persianas, bañando la habitación del hospital en un resplandor dorado. Claudia se despertó con el peso del mundo en los hombros, una nueva mañana que traía más preguntas que respuestas.
Se levantó, tomó el cepillo y crema dental y fue al lavabo. Mientras se cepillaba los dientes, observó su reflejo empañado en el espejo. Su rostro le parecía ajeno. La mujer casada por segunda vez, divorciada por primera, parecía flotar en algún limbo de incredulidad.
-¿En qué me he convertido? ¿Por qué acepté casarme con un extraño? Creo que tengo un toque de locura -murmuró para sí misma. 2
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Sus pensamientos volaron hacia el futuro inmediato: debía encontrar un techo propio, quizás el alquiler de un sitio económico, un empleo digno para mantenerse porque no podía ser carga para su amiga, debía tener una vida independiente. “No puedo seguir así“, reflexionó mientras recogía sus cosas y se despedía con un beso en la frente de su madre dormida.
Al salir del hospital, la realidad de su situación la golpeó como una brisa fría.
El plan de hoy era claro, pero el camino a largo plazo era nebuloso y sinuoso. Primero, un hogar. Luego, trabajo“. Organizó mentalmente sus prioridades, armándose de valor porque luego le tocaría enfrentarse a los fantasmas de su pasado que aún yacían en su antigua casa con su ex. Debía regresar luego a buscar las cosas importantes que había dejado allí.
Mientras esperaba en la parada del autobús, perdida en sus cavilaciones, el rugido de un motor rompió el silencio matinal.
Un coche lujoso, cuyo brillo competía con los primeros rayos de sol, se detuvo con autoridad frente a ella.
“¿Quién será la afortunada persona que han venido a buscar en semejante coche. lujoso?” Se preguntó mentalmente, alzando una ceja con curiosidad.
”
Los transeuntes se detuvieron para mirar, algunos con admiración, otros con una sombra de envidia. Claudia compartía la mirada fija de la multitud, esperando ver a qué magnate o celebridad venía a recoger ese majestuoso coche.
Abrió los ojos de par en par impresionada, cuando la puerta del chofer se abrió y la figura imponente de Andrew emergió del interior. Su figura elegante, delineada contra el fulgor del amanecer, llena de autoridad, abriendo la puerta del copiloto.
-Querida esposa, ¡Ya basta! -dijo con firmeza, manteniendo la puerta abierta. -Este juego del gato y el ratón ¡Ha terminado!
Ella lo observó, paralizada por un momento. La presencia de él era como un eclipse, oscureciendo la luz de sus propios planes y perspectivas.
-¿Qué haces aquí, Andrew? -Su voz temblaba ligeramente, pero se aferraba a una compostura que sentía resbalándose entre sus dedos.
-Es hora de regresar a casa. Porque tienes que cumplir las obligaciones como mi esposa declaró él, sin rastro de duda en su voz.
–
-Yo… empezó a decir Claudia, pero las palabras se atoraban en su garganta como hojas secas.
Quiso decirle tantas cosas, sobre su libertad, sus miedos, sus deseos… Pero allí
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estaba él, exigiendo cumplir con un papel que ella no sabía si quería interpretar.
-Obligaciones -replicó para sí, con un eco de amargura necesidades, mis sueños?
¿Y qué hay de mis
-Yo puedo ayudarte a cubrir tus necesidades y cumplir tus sueños, ahora sube al coche, Claudia. Debes acompañarme a casa insistió Andrew, extendiendo una mano como si se tratara de una invitación.
El corazón de Claudia latió con fuerza, resonando en sus oídos. Sentía la mirada de los curiosos, pero dentro de ella, una tormenta de emociones se agitaba,
amenazando con estallar.
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