Capítulo 9

“Señor Gallego, hemos encontrado a esa mujer“. Fausto justo recibió una llamada, miró emocionado hacia Wilson. “Zacarías confesó!“.

Wilson soltó una risa fría, si que fue dificil hacer hablar a aquel hombre. “¿Quién?“.

“Es la hija de ia familia Zavala, Pilar Zavala“. Fausto también estaba sorprendido, se decía que la hija de los Zavala sufría de depresión y que había intentado suicidarse hace seis años.

“Ahora recuerdo. Entre las personas que se registraron esa noche en el hotel, estaba el nombre de Pilar, pero se hospedó en otro piso. Por eso no sospechamos de ella. Zacarías dijo que originalmente había buscado a otra mujer, pero al ver a la hija de los Zavala entrar por error en una habitación, decidió aprovechar la situación“.

Fausto se golpeó la frente, lamentó no haber pensado en esa posibilidad. “La señorita Pilar intentó suicidarse por depresión hace seis años, justo después de aquella fiesta“.

Wilson frunció el ceño. “Demos la vuelta, vayamos a la casa de los Zavala“.

En la mansión de la familia Gallego.

Horacio miraba con desdén a Amelia, parecía no poder creer en lo que ella se había convertido.

“Nunca te conocí de verdad“. Horacio no podía creer que alguna vez pensó que Amelia era pura y bondadosa. “¿Incluso puedes utilizas a tu propio hijo? ¿Decidiste seducir a mi hermano porque te diste cuenta de que mi posición en la familia Gallego no es tan alta como la de él?“.

Amelia negó con los labios temblorosos, no era así… ella no había hecho nada.

Amelia protegió a Lázaro detrás de ella mientras suplicaba con los ojos llorosos. “Horacio… yo no hice

nada“.

“Amelia, mira cómo te has rebajado. ¿No hay hombre al que no te acercarías por dinero y ambición?“. Horacio agarró la barbilla de Amelia y la arrastró frente a un espejo.

Amelia cerró los ojos por el asusto, en la cárcel, lo que más temía era mirarse al espejo.

Antes, había sido la joya de la familia Suárez, fue cuidada y mimada.

Pero en la cárcel, donde no encajaba con las demás reclusas, se convirtió en un blanco fácil por su piel delicada y clara. Las presas la humillaban y golpeaban durante las duchas… la obligaban a mirarse al espejo y ver su aspecto degradado.

Estuvo aterrorizada. Suplicó y lloró, pero fue inútil.

Nadie iría a salvarla.

Había sido abandonada por el mundo entero.

“Amelia, no sabes cuán despreciable eres“. Aunque Horacio sentía repulsión hacia Amelia, no pudo evitar desgarrar su ropa frente al niño.

“Horacio… por favor, no lo hagas delante del niño, te lo suplico…“. Amelia temblaba por el miedo, sus dedos se volvieron helados.

Ella sufría de una enfermedad congénita del corazón y había estado a punto de morir una vez en la cárcel debido al maltrato. Ahora sentía que la muerte se acercaba de nuevo.

18:17

Capitulo 9

Al desesperarse, luchó, se resistió y abrazó fuertemente a Lázaro para que no viera ni escuchara. “No tengas miedo, Lázaro, no tengas miedo“.

“Qué asco…“. Horacio retrocedió con repugnancia. “¿Crees que te deseo? Mirate en el espejo y contempla lo que eres ahora, todo en ti huele a la suciedad de la cárcel, ¿en qué te diferencias de un mendigo de la calle? ¿Qué hombre podría desear a alguien como tú?“.

Amelia se puso rigida y abrazó a Lázaro para cubrirle los oídos con fuerza.

Su hijo era inocente, no importaba cómo había llegado a este mundo, él era inocente.

Al ver a Amelia en ese estado, Horacio no comprendía por qué… pero no podía controlar su ira.

Había palabras que no quería decir, pero aun así, no podía evitar odiar a Amelia..

La odiaba por lo que le había hecho en el pasado, por tener un hijo con otro hombre.

Hace seis años, él había presionado a Amelia para que abortara, pero ella se negó a hacerlo e insistió en dar a luz.

Ella dijo que ya no tenía familia y que ese niño era su única esperanza de seguir adelante.

“Mamá…“. Dijo Lázaro con voz entrecortada y se abrazó a su madre, sus pequeñas y regordetas manos intentaron secar las lágrimas del rostro de Amelia. “Mamá, el tío dijo que Lázaro es un hombre de verdad y que tiene que protegerte“.

Amelia se quedó sin fuerzas y se dejó caer al suelo, luego lloró y abrazó a Lázaro.

En ese momento, parecía que todos los agravios sufridos a lo largo de los años habían valido la pena.

Su hijo era su única esperanza.

Durante todos esos años en prisión había pensado innumerables veces en la muerte, pero cada vez que Damaso llevaba a Lázaro a visitarla, siempre encontraba una nueva razón para seguir luchando por su

vida.

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